Algo trae el potomac
Vuelco en Grecia
«Sería trágico que Mitsotakis tuviera ahora que enfrentarse a una Europa burocrática que no entiende de reformas liberales»
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Hace cuatro años Alexis Tsipras y Syriza, algo así como el Podemos griego, aterrorizó a Europa con su triunfo. El inicio de ese Gobierno fue lo que prometía: antieuropeo, demagógico y dedicado a una cruzada contra los ricos (que en aquella moribunda Grecia ya casi ... no existían). Amenazó a la troika con romper con ella, renunciar al rescate y dedicarse a la revolución.
Luego, cambió. Tsipras se dio cuenta de que las ideas impúberes que brincaban en su cabecita chocaban con la realidad adulta de un Estado exangüe y optó por volverse un dócil caniche de la troika, es decir Europa y el FMI, aplicando terapia de shock. La troika terminó su trabajo el año pasado. Grecia crecía un poco (no más del 2 por ciento) tras haberse esfumado la cuarta parte de su PIB durante la crisis.
Ahora, los votantes han expulsado a Syriza y llevado al Gobierno al centro-derecha comandado por Kyriakos Mitsotakis. ¿Qué ha sucedido? Además de una reacción nacionalista contra la decisión de Tsipras de permitir que una república nacida tras la desaparición de Yugoslavia utilice la palabra «Macedonia» en su nombre, ha habido un severo castigo contra Syriza. Porque, además de haber mentido a los griegos, prometiéndoles el vellocino de oro (por ejemplo, que aumentarían las pensiones) y dándoles sangre, sudor y lágrimas (por ejemplo, recortándolas drásticamente), Tsipras hizo lo que tenía que hacer para satisfacer a la troika, pero no para que prosperasen sus compatriotas. De allí que el desempleo en Grecia sea hoy el mayor de la Unión Europea (con permiso de España) y entre los jóvenes alcance el 24 por ciento.
A la troika, lógicamente, le interesaba evitar el default griego y un contagio en toda Europa; de allí que presionara a Tsipras para que Atenas centrase la parte del león del esfuerzo en aumentar los impuestos en distintos niveles. Pero, además, Syriza mantuvo una retórica incendiaria contra la empresa privada, atacó a los medios de comunicación y evitó toda reforma que liberara la capacidad de creación de riqueza de su pueblo. El resultado es que ahora Mitsotakis ha obtenido un mandato con mayoría absoluta para bajar impuestos e iniciar una ola de reformas liberales.
El nuevo primer ministro quiere reducir los impuestos de sociedades (del 29 al 20 por ciento) y los de la propiedad, e incluso aliviar la carga de los individuos, además de romper el nudo gordiano regulatorio que todo lo entorpece. Sostiene, para angustia de los burócratas internacionales, que, aunque su plan tributario impactará las cuentas fiscales un poco en el muy corto plazo, la panoplia de reformas que lanzará de inmediato disparará la inversión productiva y por tanto elevará los ingresos fiscales.
No está claro si Europa, cuyos contribuyentes tienen el 75 por ciento de la deuda griega, aceptará el plan de Mitsotakis, pero cometería un grave error si trata de convertirlo en un Tsipras II. Eso provocaría una reacción antieuropea entre millones de griegos y daría alas a un populismo acaso peor que el de 2015. No olvidemos que Syriza tiene aún el 30 por ciento del electorado, que un desprendimiento de esa organización está también en el Parlamento y que uno de los dos partidos de extrema derecha ha conseguido diez escaños. Sería trágico que Mistotakis, que parece interesado en desapolillar la economía del país, tuviera ahora que enfrentarse no sólo a los intereses creados de su propio partido y a los grupos privilegiados por el Estado que miran sus planes con recelo, sino también a un Europa burocrática que no entiende de reformas liberales.
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