Volver a casa
En tiempos de aluvión de estímulos hay un inesperado retorno a las Humanidades
Hace unas semanas, unos estupendos anfitriones tuvieron la gentileza de invitarme a una fiestecilla en su casa. Resultó ser un ambiente ajeno al mío, pues la mayoría de los asistentes eran prósperos gestores de fondos, algunos de notable reputación en su gremio y ostensible inteligencia. Reconozco que en el primer vino, y a pesar de la afabilidad imperante, aquello me intimidaba un poco, pues una charla sobre valores que suben y bajan, cotilleos del Ibex y jerga empresarial trufada de anglicismos dista de ser mi planazo para una noche de sábado. Pero no hubo nada de eso. En cuanto Baco fue distendiendo la velada, la conversación se tornó profunda. Al final derivó en un apasionado debate, que en realidad, dejando al margen las lógicas bromas amicales y noctámbulas, no dejaba de constituir una conversación sobre filosofía política, con alguna que otra meditación de calado. Para mi sorpresa aquellos ejecutivos, que cosechan enormes emolumentos a cambio de similares dosis de estrés, mostraban un auténtico apetito cultural, un inesperado interés por las humanidades, el pensamiento, la filosofía. Los amos del universo parecía tener hambre de versos e ideas, como si fuesen un tónico que los aliviase, un puesto de avituallamiento para descansar en medio de la exigente carrera del materialismo.
En Inglaterra se está registrando un curioso fenómeno. Las revistas de pensamiento político más densas están vendiendo más. El giro se torna especialmente acusado en los grandes suplementos literarios. «The Times Literary Supplement» se fundó en 1902 y desde 1914 se vende como una publicación independiente. Es un gran clásico, pero como toda las publicaciones impresas venía declinando en la era de internet. Ahora la curva se ha invertido. En los últimos dos años sus ventas han subido un 22%, hasta alcanzar los 40.000 ejemplares cada semana, cifras que no se conocían desde los años ochenta del siglo pasado. Ellos tienen claro el motivo. Creen que la primera generación que se ha criado como nativa en el mundo digital desea ahora «abrazar la cultura lenta». El director de la publicación, Stig Abell, lo explica muy bien: «Si cada día te ves bombardeado por basura rápida y cuestionable, como nos ocurre a todos, hasta el punto de que la salud mental llega a verse amenazada, pues entonces se abre un espacio para gente que quiere volver atrás y ejercitar su cabeza con algo valioso». Su rival, «London Review of Books», despacha 70.000 ejemplares y también ha subido, un 4,4%. En la versión web del Times Literary, uno de los artículos más pinchados ha sido un ensayo de 4.000 palabras (la extensión de cuatro Terceras de ABC) sobre Wittgenstein, el fascinante, pero casi ininteligible, filósofo vienés que recaló en Cambridge.
El fenómeno tiene su lógica. Los restaurantes más exquisitos, la altísima cocina, han repuntado en la era en que arrasa la comida basura. Leer a Montaigne, Valle-Inclán o Camus puede suponer un masaje para el alma tras una sobredosis de Twitter, Jorge Javier y Facebook.