Ese viejo «matar al mensajero»

No se recordaba un ataque más directo a la libertad de información como el que está llevando a cabo el equipo de Sánchez, que cuanto más acosado se ve mayores son los derrotes que lanza por salir tan mal en la foto

Álvaro Martínez

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Isabel Celaá es la portavoz del Gobierno «que hace cosas» (sic). Y de alguna manera es junto a la vicepresidenta Calvo quien sostiene el ariete contra esa prensa perversa que no se dedica a lanzar vítores y albricias al gabinete del doctor Sánchez. Volvió Celaá ayer con el pesado tole-tole contra los medios que se inventan las noticias en la presunta «cacería» organizada contra el Ejecutivo socialista, con «noticias falsas» como munición. No serán tan falsas cuando ya son dos los ministros que han caído y al menos dos más estén a punto de caramelo pues solo les salva que el propio presidente haya sido cazado haciendo trampas y mintiendo. Después de que Calvo tocase la corneta, sugiriendo meter en vereda a la libertad de expresión, Celaá se embaló y ayer denunció que la prensa hace preguntas «que no se pueden consentir». ¿Qué será lo siguiente, expulsar a los periodistas de la sala, como hacía Jesús Gil al grito de «a la p... calle con ese»? No se recordaba un ataque más directo a la libertad de información como el que está llevando a cabo el equipo de Sánchez, que cuanto más acosado se ve mayores son los derrotes que lanza por salir tan mal en la foto.

Más allá de la infamia que supone y de la pulsión liberticida que esconde, hay un peligroso efecto secundario en eso de acusar a la prensa de inventarse las noticias con fines cinegéticos, en ese viejo «matar al mensajero». Lo vimos ayer en las calles de Barcelona, donde las siniestras brigadas callejeras de la banda del lazo hostigaron a los periodistas que cubrían el aniversario del 1-O y que bien de mañana fueron alentadas por Torra para que hicieran su «trabajo». «Hacéis bien en presionar». Y dicho y hecho. Reporteros que cubrían a pie de calle los festejos de la derrota de hace un año eran atosigados por la turba hasta que cortaban la conexión, acosados por el típico idiota haciendo de sí mismo. Alguno tuvo peor suerte y solo la Policía le salvó de un previsible linchamiento pues ni escoltado se libró del lanzamiento de huevos, escupitajos y botellas, que de todo hubo. Y todo al grito de «Prensa española, manipuladora».

Quizá, en vez de escuchar TV3, tele-lazo o radio golpe, alguna de esas acémilas esteladas que tienen una yogurtera de odio por cabeza, escuchara por la mañana a Celaá diciendo lo mismo pero más despacito. Y luego pasa lo que pasa.

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