Editorial ABC
Veneno contra la democracia rusa
El sistema que encabeza Vladímir Putin tiene ya un largo historial de lógicas sospechas por parte de la oposición de haber eliminado a disidentes, periodistas críticos o enemigos políticos

Lascircunstancias en las que se ha producido la intoxicación del dirigente opositor ruso Alexéi Navalni deben ser esclarecidas con la mayor transparencia y prontitud. El régimen que encabeza Vladímir Putin tiene ya un largo historial de lógicas sospechas por parte de la oposición de haber eliminado a disidentes, periodistas críticos o enemigos políticos a través de métodos criminales más o menos sofisticados. La lista de víctimas es larga y para eso el régimen ruso, heredero de la dictadura soviética, dispone de un catálogo ilimitado de productos tóxicos cuyos efectos cubren todo el espectro de gravedad, así que la primera impresión deja pocas dudas sobre a quién beneficia este extraño envenenamiento.
Navalni se encuentra en un hospital en una unidad de cuidados intensivos luchando por sobrevivir, lo que significa que lo ocurrido no es una simple anécdota, sino un intento de asesinato. Si fuera la primera vez que algo así sucede, cabría apelar a la prudencia. Como este no es un caso aislado y sabiendo que de todos los anteriores no se ha llegado a aclarar nada fehacientemente, la oposición señala al Kremlin como responsable directo de estos hechos, que han sido planificados precisamente para que se vean mezclados en un ambiente de gran confusión que proporciona argumentos para eximir al régimen de cualquier aclaración fehaciente.
Mientras Europa se desgañita criticando los gestos de Donald Trump, sobre su patio trasero crece la sombra de una Rusia que opera con impunidad, llegando a apoyar sin ambages al dictador de Bielorrusia, Aleksánder Lukashenko. Naturalmente, esta forma de actuar de Putin invita a pensar que se trata de un mensaje destinado a cualquier dirigente político que se sintiera tentado por tratar de importar en Rusia las protestas democráticas. Putin lleva más de veinte años en el poder, incluyendo el periodo en el que fue nominalmente primer ministro mientras uno de sus títeres ejercía de presidente, y ha modificado la constitución a su antojo para no tener que abandonar las riendas del país. Más temprano que tarde tendrá que rendir cuentas. Rusia no se merece vivir en esa ciénaga de corrupción y criminalidad en la que ha visto sumergida las últimas décadas. Es más, este tipo de hechos criminales sitúan a su entorno y al mismo Putin en un campo que está mucho más allá de las consideraciones políticas civilizadas. Que haya gobiernos totalitarios que impidan el debate político en libertad es una cosa; que toda la oposición denuncie que el régimen asesina a los disidentes o a quienes le critican sobrepasa todos los límites aceptables en la convivencia internacional y merece la condena más absoluta del resto del mundo.