Luis Ventoso
¡Ni Valle-Inclán!
Un genio del español no estaba en las librerías de Madrid
En literatura pasa como en el fútbol, cada uno tiene su once, es subjetiva. Pero si toca elegir a los cinco mejores escritores españoles de la historia será difícil no incluir a Ramón María del Valle-Inclán , el bohemio –o no tanto– barbas de chivo, que nació en 1866 en Arousa y 69 años después, tras una azarosa vida madrileña, eligió morirse en Santiago cuando lo comía un cáncer. ¿El top cinco? Algunos diríamos que Cervantes , Quevedo , Calderón , Valle-Inclán y Lorca (con hueco para Rosalía ).
Elogiar las calidades de Valle-Inclán resulta superfluo. Renovó el teatro español y le imprimió tal vigor y modernidad que muchos gaznápiros lo tacharon de "irrepresentable". Fue un ironista superdotado, que desolado ante una España revuelta –la de casi siempre–, recurrió a la sátira deformante del esperpento para destriparla y sanearla. Cultivó también la prosa estetizante con una maestría de poco paragón (acaso Gabriel Miró ). A veces lo leemos en noches norteñas solo por el placer de su poesía y de su música, para dejarnos envolver por su necesaria adjetivación, profusa y evocadora, y mecernos con sus historias de hidalguías de antaño, amores exagerados y guerras perdidas antes ya del primer tiro.
Además fue un personaje. Perdió un brazo en una gresca tabernaria en Sol. Buscó iluminación en el humo del kif, el gnosticismo y la pose carlista. Se arriesgó en las trincheras galas como cronista en la escabechina de la Primera Guerra Mundial . Vivió aventuras en México e Italia (o al menos las inventó bien). Un fabuloso animador de tertulias y un voceras que berreaba en los teatros, en los estrenos de rivales que detestaba. Se consagró a la literatura y la sirvió como pocos.
El 2 de enero , paseando por Madrid en el día de mi cumpleaños, decidí comprar una de las novelas de las guerras carlistas de Valle-Inclán para regalársela a un amigo, aquella en la que el Marqués de Bradomín, ya maduro y agotado, retorna a Galicia en una ronda crepuscular para vender su pazo y hacienda a fin de apoyar la lucha de "los cruzados de la causa". Primero entré en la enorme Casa del Libro de Gran Vía (cuatro plantas). Pero no lograba encontrar ni un libro de Valle. Extrañado, pregunté a una dependienta: "De su narrativa no tenemos nada, creo que hay algo de teatro". Asombrado de que en una de las mayores librerías de la capital de España no se puedan comprar "Las Sonatas" o "Tirano Banderas", me fui a la Fnac de Callao a continuar la pesquisa. Solo tenían el primer librito de "Ruedo Ibérico" y "algo de teatro".
Resumen: en dos de las mayores librerías de la capital de España no se puede encontrar la narrativa de Valle-Inclán (pero sí las obras completas de Boris Izaguirre , claro). Es impensable que en una gran librería de Londres no estén Virginia Woolf, Chesterton, Conrad . O Dumas , Zola o Stendhal en París. Son su gloria. En Londres los veneran en la Esquina de los Poetas de la Abadía de Westminster. Pero estamos en España, el país del "fúrbol", las cañitas y el delirante culto a los cocineros-filósofos. Un país que se quiere poco, que olvida o desprecia lo mejor de lo suyo y chapotea en la frivolidad, el autodesprecio y la desmemoria. El esperpento.
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