La Tercera
La última colonia
«Son muchos los españoles que piensan que lo de Gibraltar fue inventado por Franco. Ignoran que el primer ministro de la Guerra, como se decía entonces, que ordenó al regimiento de La Línea hacer la instrucción frente a la Verja fue Azaña. Tal vez conviniese introducir en nuestro lenguaje corriente la frase hecha: “Miente como un inglés”. Aunque ello obligaría a crear también: “Se deja engañar como un español”»
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Como los españoles tenemos una memoria selectiva, un alzhéimer benévolo que nos permite olvidar lo incómodo y recordar lo que nos agrada, conviene pensar de tanto en tanto en lo que no ha mucho se llamaba «la vergüenza»: una colonia en nuestro territorio, en pleno siglo XXI. Más, si sus amos tienen la desvergüenza de decir que no es una colonia y, encima, que fuimos nosotros quienes así la clasificamos, siendo ellos quienes la incluyeron como tal en la lista de territorios no autónomos que Naciones Unidas pidió a las potencias coloniales. Con lo que el cinismo británico alcanza categoría de Guinness. Todo empezó durante la Guerra de Sucesión española, con dos pretendientes, el archiduque Carlos de Austria y Felipe de Anjou, ambos nietos de una infanta española. El 1 de septiembre de 1704, una escuadra anglo-holandesa mandada por el almirante Rooke, con el príncipe de Hesse a bordo en representación del archiduque Carlos, asalta en su nombre Gibraltar, que se rinde el día 4. Rooke despliega el pabellón inglés, no el del archiduque austriaco. Será la primera de la larga lista de felonías hasta la arriba citada.
La guerra se cierra al firmarse el tratado de Utrecht (1713), con todos vencedores menos los españoles, pues si el pretendiente francés se lleva el trono español, los ingleses se llevan Menorca, que pudo recuperarse más tarde, y Gibraltar, con dos condiciones que no conviene olvidar: se cede «sin jurisdicción territorial alguna y sin comunicación alguna con el país circundante por parte de tierra». Tanto o más importante es que se acuerda que «si en algún tiempo a la Corona británica le pareciese conveniente dar, vender o enajenar de cualquier modo la propiedad de dicha ciudad de Gibraltar, se dará a la Corona española la primera opción antes que a otro». Excusado decir que no se han respetado ninguna de esas cláusulas, como tantas otras.
No porque los españoles no lo intentáramos, militar y diplomáticamente. Pero The Rock, bien artillada, gana la fama de inexpugnable. Es más, avanza en territorio español, esta vez, con argucias. Declaradas en el siglo XIX epidemias de cólera en la colonia, se permite, «por razones humanitarias», instalar barracones para los infectados en el istmo, nunca cedido. Esos barracones se convertirían en garitas militares que permiten a los ingleses avanzar su colonia 800 metros, vitales para ella. Algo parecido, aunque lamentable, ocurre a finales de siglo: los ingleses sugieren construir un hipódromo en la misma zona, dada la gran afición a las carreras de caballos. Lo malo fue que allí se construyó, durante nuestra Guerra Civil, el aeródromo de Gibraltar. Y no contentos con ello, en 1909 levantan la famosa Verja, que consagraba su anexión de la mitad sur del istmo. Esto, sin embargo, no les salió tan bien, porque, en 1954, el general Monereo, gobernador militar del Campo de Gibraltar, ordenó construir una puerta española adosada a la inglesa, con lo que España podía controlar la entrada en nuestro país o, dicho a la inversa, nos permitía encerrar a los gibraltareños en el Peñón. Algo que no entraba en sus planes, aunque, recordarán, estaba en el Tratado de Utrecht: «Sin comunicación alguna por tierra».
La batalla diplomática por Gibraltar se librará en la ONU. Tras aprobar su Asamblea General la Resolución 1514 (XV) sobre la autodeterminación de los territorios coloniales (1960), Londres vio la oportunidad de eludir la cláusula del Tratado de Utrecht que le obligaba a devolver Gibraltar a España si se desprendía de él, y lo incluyeron, como queda dicho, en la lista de colonias de la ONU, seguros de que los gibraltareños nunca querrían abandonar el paraguas inglés y continuar viviendo a costa de España, pero pincharon en hueso. Gibraltar comenzó a debatirse en el Comité de los 24 (llamado así por el número de miembros, bastantes excolonias de Inglaterra y amargos recuerdos de ella) en 1964. Tampoco Gibraltar resultó una colonia cualquiera. Su alcalde presidente, sir Joshua Hassan, lo primero que dijo fue que no querían la independencia. «¿Qué hace, entonces, usted aquí?» le preguntó uno de los miembros del Comité, mostrando sus sospechas, que se agrandan conforme avanza el debate. En 1967, al verse a la defensiva, los ingleses deciden actuar como suelen: convocan un referéndum en el Peñón sin contar con el Comité, olvidando que el Almirantazgo ha dispuesto las maniobras de su flota en el Mediterráneo, con base en Gibraltar, por esas fechas. Lo que permite a España decir que tal referéndum se celebra «bajo los cañones de la Royal Navy». El resultado es que el 19 de diciembre, la Asamblea General aprueba la resolución 2353 (XXII) por la aplastante mayoría de 73 votos a favor, 19 en contra y 27 abstenciones, en la que, tras declarar inválido el referéndum y advertir que «toda situación colonial que destruya total o parcialmente la unidad nacional o la integridad territorial de un país es incompatible con los propósitos y principios de la Carta de Naciones Unidas», e «invita a los gobiernos de España y el Reino Unido a reanudar sin demora las negociaciones para poner fin a la situación colonial de Gibraltar». Como esperado, los ingleses no lo aceptaron y desde entonces no han hecho otra cosa que boicotear las tesis de la ONU y engañar a los ministros de Exteriores españoles, usando siempre el mismo truco: prometerles flexibilizar su postura para sacarles lo que sea -menos controles en la Verja o más líneas telefónicas- y decirles cuando piden compensaciones: «No nos dejan los gibraltareños». Con lo que todos salieron chamuscados, excepto Moratinos, que hizo encantado más de lo que le pedían: visitar Gibraltar y aceptarle en el Foro Tripartito. Sólo dos mujeres les hacen frente: Ana Palacios, que puso fin a las ilusiones de Piqué, y Trinidad Jiménez, que acabó con el Foro Tripartito de Moratinos.
El contencioso reaparece con el Brexit, ya que, si el Reino Unido deja la Unión Europea, Gibraltar, admitido como «un territorio europeo cuyos asuntos externos lleva un estado miembro», se va con él. Es lo que ha dicho Bruselas refiriéndose a Gibraltar como «territorio pendiente de descolonización» según «relevantes resoluciones y decisiones de la Asamblea General de Naciones Unidas», es decir, una colonia. La reacción inglesa ha sido la acostumbrada: ponerse chulos y rechazar la realidad. Su embajador en la UE lo ha calificado de «insultante» y Mrs. May se ha puesto sentimental y considera al Peñón un «miembro de la familia británica». Miembro al que aún no han dado la plena nacionalidad. Pero quieren que la familia europea lo adopte. En trucos y trampas no hay quien les gane. Así que tendremos que seguir alerta porque, al menor descuido, nos la pegan de nuevo. Son muchos los españoles que piensan que lo de Gibraltar fue inventado por Franco. Ignoran que el primer ministro de la Guerra, como se decía entonces, que ordenó al regimiento de La Línea hacer la instrucción frente a la Verja fue Azaña. Tal vez conviniese introducir en nuestro lenguaje corriente la frase hecha: «Miente como un inglés». Aunque ello obligaría a crear también: «Se deja engañar como un español». Espero que a ustedes, en este tema, no.
José María Carrascal es periodista