Editorial ABC
Torra echa más gasolina
El presidente de la Generalitat redobla su desacato y su pulso con una estrategia frentista que ha cambiado de escenario y que del Parlamento regional ha pasado a las calles
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En una cita cargada de simbolismo separatista y de clara intención desafiante, Quim Torra se hizo rodear ayer de los alcaldes catalanes que apoyan la independencia, con los que posó en una reedición de la foto que Carles Puigdemont se hizo con los mismos regidores el 27 octubre de 2017, cuando estos juraron -vara de mando en alto- defender «la construcción de la república». La inviabilidad del ensueño nacionalista, frustrado por la respuesta del Estado de Derecho e ignorado por la comunidad internacional, ha reducido el margen de maniobra de un frente soberanista que en su irresponsable huida hacia delante, del despacho a la barricada, se limita ya a prender la llama de la revuelta social. Cuando Torra dice que «no hay retorno» y que volverá a ejercer un derecho inexistente de autodeterminación, inédito en el ordenamiento jurídico de las naciones occidentales, es consciente del escaso recorrido práctico, más allá del Código Penal, de sus soflamas. El único que con conocimiento de causa puede gritar lo de «no hay retorno» es su antecesor en el cargo, Carles Puigdemont.
Como constató la Sala Segunda del Tribunal Supremo en su sentencia del «procés», y más aún cuando el tiempo ha puesto en su sitio a cada uno y convertido en papel mojado las declaraciones de independencia y las bravatas nacionalistas, las provocaciones de Quim Torra no tienen la arquitectura institucional ni la fuerza política necesarias para quebrar el Estado el Derecho. Torra lo sabe, pero redobla su desacato y su pulso con una estrategia frentista que ha cambiado de escenario y que del Parlamento regional ha pasado a las calles. No se comporta como un presidente autonómico, sino como un miembro destacado, si no el cabecilla, de los mismos CDR a los que anima a «apretar». De forma premeditada, sus palabras son el combustible que acelera el fuego de la radicalidad. Ese y no otro es el papel que tiene asignado el presidente catalán en el reparto de la farsa independentista, despojada ya de cualquier armazón político y delegada en los tsunamis que, con el visto bueno de la Generalitat, incendian la vida pública de Cataluña.
Confiado en que la Justicia le haga el trabajo sucio, Pedro Sánchez se dedica a fingir en precampaña una distancia política que no existe entre el separatismo y el PSOE, con el PSC de bisagra. El mismo socialismo que ahora clama contra los desatinos de Torra es el que pacta en los ayuntamientos con ERC y el PDECat, gobierna en coalición con los independentistas baleares de Més o se vale de la abstención de Bildu en Navarra. Quim Torra sabe a qué se expone si consuma sus amenazas al Estado de Derecho, pero también conoce la flexibilidad del PSOE para tolerar, con Iceta de por medio, lo intolerable.