Luis Ventoso

Teresa no es Margarita

Ni Jeremías se parece en nada a Clement Attlee

Luis Ventoso

Esta funcionalidad es sólo para registrados

A priori se puede entender que algunas personas de buena fe hayan confundido a Teresa con Margarita. Hay similitudes. Ambas proceden de un mundo con aroma a novela de Miss Marple. Una Inglaterra semi rural, donde perduraban valiosas virtudes morales, las convenciones pacatas de antaño y también los últimos ecos de la delicias de la perdida Merry England, la de las chanzas de las comadres de Windsor a costa del más feliz de los bufones, sir John Falstaff (que Dios lo tenga en su gloria con un buen barrilete de vino y una moza lozana a su vera).

Era un mundo de no levantar mucho la cabeza, salvo para trabajar como un poseso a fin de intentar dar el difícil salto social en un país terriblemente clasista. Margaret Hilda Roberts, la hija del tendero metodista de Grantham, y Theresa Mary Brasier, la hija única del reverendo anglicano de la parroquia de Enstone, lo consiguieron. Ambas llegaron a Oxford, merced a su buena cabeza, muchos codos y becas. Las similitudes continúan: tories, personas de un amor y las dos únicas mujeres que han tenido cepillo de dientes en el Número 10 en calidad de jefas.

Pero comparar a May con Thatcher ha sido un disparate. Algo esencial las separa, lo único que al final mueve el mundo: las ideas. Margaret estudió Química y en puridad no era una intelectual. Pero sí poseía una enorme curiosidad por el mundo del pensamiento. Sabía que al final a las sociedades las dirigen las neuronas, y no un buen corte de pelo (aunque el cardado-globo también la fascinaba). Se interesó por Hayek, Friedman y Popper. Bebiendo de ellos a caño abierto, y en comandita con otro lector voraz de apariencia frívola, Ronald Reagan, puso en marcha la revolución liberal conservadora. Su empuje y visión cambiaron -para bien- la faz del Reino Unido, postrado entonces por una larga resaca post imperial y un exceso de estatismo comatoso.

A su modo, Thatcher fue una revolucionaria, una transformadora. May es una proba, eficaz y estajanovista funcionaria, que ha sido llevada a su umbral de incompetencia. Cuándo se le pregunta cuál sería su regalo soñado, responde cándida que «una suscripción de por vida a la revista “Vogue”». Y es de temer que no bromea. A Theresa le falta fondo. Carece de la visión ancha, las «big ideas». Encima, cuando ha intentado alquilar el pensamiento que no posee, ha topado con un iluminado, Nick Timothy, el Rasputín que la ha abducido y le ha escrito un programa electoral que era como poner cepos en las urnas.

May no es Thatcher, pero casi más lejos todavía está Corbyn de Clement Attlee, el hombre que armó el Estado del bienestar inglés. Era además un patriota, un soldado herido en batalla en Mesopotamia, un activista social, arremangado en los barrios del Este de Londres con soluciones práctica, alérgico al comunismo y partidario del atlantismo. Un hombre de Estado, que formó con Churchill un tándem formidable y habría arrugado la nariz ante el sectarismo de esta izquierda populista/populachera.

De Attle y Thatcher hemos pasado a Corbyn y May. De Reagan a Trump. De los Beatles a los ositos de peluche de Coldplay. Pero son rachas. Volveremos a ver a enormes políticos. También en España.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación