José María Carrascal

La Tercera Guerra Mundial

Lo único que podemos hacer es defendernos

José María Carrascal

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LA gran pregunta es si el islamismo genera terrorismo o el terrorismo, islamismo radical. Habiendo argumentos para ambas teorías. Las religiones monoteístas contienen fundamentalismo al basarse en un único Dios verdadero. Pero mientras unas han ido acercando fe y razón hasta hacer compatibles sus dogmas con los avances de la ciencia y de las artes, el islamismo se resiste a ello debido a ser «algo más que una religión» y regular tanto la vida espiritual de sus fieles como su vida material. Mahoma no fue sólo un profeta. Fue también un líder político y militar, que consiguió unir a las tribus de la península Arábiga y crear uno de los grandes imperios de la Alta Edad Media. De ahí que el Corán sea también un Código Civil, Penal e incluso sanitario para los mahometanos, que es la razón principal de su éxito en pueblos de las más distintas razas, costumbres y riqueza. Es simple, es claro, es práctico. Pero es también una jaula. Quien desobedece sus preceptos comete no sólo un pecado. Comete también un delito, que se paga con penas que llegan a la de muerte.

El islamismo, en fin, no ha tenido reforma ni ilustración, lo que, pasado aquel esplendoroso comienzo, trajo su retraso y luchas internas por la pureza de su fe, que comenzaron tras la muerte de Mahoma y que duran hasta nuestros días. Ese retraso los condenó a ser colonizados y, luego, a emigrar a países más desarrollados, en busca de un mejor nivel de vida. La mayoría se han adaptado, pero sin llegar a integrarse plenamente. Mientras algunos de sus hijos, generalmente los que no han acabado sus estudios ni aprendido un oficio, encuentran su «liberación» en ese Estado Islámico que quiere revivir el antiguo Califato. Los mensajes entre ellos, que captan los servicios secretos, muestran una mezcla de orgullo, resentimiento, compromiso, envidia, que van desde la euforia –«Por primera vez me siento importante»– a la desesperación: «Mi único deseo es matar a cuantos más infieles sea posible antes de que me maten». En sus países o en los nuestros. Dos de sus últimas víctimas son esos policías españoles en Kabul.

Se consideran nuestros enemigos a muerte y sus líderes nos incitan a despachar tropas allí donde tienen las suyas, para iniciar una guerra de guerrillas y enviarnos cada vez más cadáveres, hasta que nos hartemos. La victoria militar es imposible y la moral, irrelevante, al tener principios distintos. Lo único que podemos hacer es defendernos, desarticulando sus células en casa y machacando sus milicias desde el aire. Pero la lucha en tierra tienen que librarla los «otros» musulmanes, los que no nos ven como enemigos. Y tienen que librarla porque también van a por ellos, al considerarlos herejes, casi peor que infieles. Esta Tercera Guerra Mundial, distinta a las anteriores, va para largo. Quien la ganará será, como todas, el que tenga más aguante, más voluntad, más capacidad de sacrificio. Cualidades que no abundan en Occidente. Pero también es verdad que la historia nos enseña que la democracia acaba siempre por imponerse a la tiranía.

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