Ramón Pérez Maura

Tendríamos que hacérnoslo mirar

Ramón Pérez-Maura

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Imagínese que un buen día se ve acosado por reporteros gráficos. De repente se ha vuelto usted el epicentro de la actualidad informativa por razones positivas o negativas. Desde que le ha tocado la lotería y el dueño de la administración en la que está usted abonado a un número ha dado el quedo a los reporteros y lo asaetean a fotografías, hasta que su socio en una empresa en la que usted es accionista ha estafado a los clientes y se ha fugado con el capital, momento en que todo el mundo le mira a usted con gesto de que la culpa es suya, que para eso esperaba ganar un dinerillo. ¿Cómo evitaría que su rostro apareciese en todos los periódicos y televisiones? La respuesta es bien sencilla: emulando a Winston Churchill. Lo único que tiene que hacer es asegurarse de que siempre que tenga un reportero gráfico en su entorno usted lleve prendido en la boca un tabaco de buen porte. Mi experiencia aconseja un «Robusto» de Trinidad. Con ello y con esta legislación absurda impuesta por la ley del tabaco, se garantiza usted que nadie se atreva a publicar su imagen. Porque en España, antes que reproducir la cara de un posible delincuente hay que respetar la ley del tabaco y la única barrera infranqueable a la publicación de la imagen de un delincuente saliendo de una casa es que lleve prendido en la boca un buen tabaquito. Para publicar esa foto habría que velarle a usted la cara.

Había que velarle la cara, como si el bebé se estuviera fumando un puro

Todo lo anterior viene a cuento del lamentable espectáculo que vivimos el miércoles pasado en el Congreso de los Diputados. Mucho se ha dicho ya sobre el gesto populista de la millonaria Carolina Bescansa de llevarse al niño al escaño para que Pablo Iglesias e Íñigo Errejón pudiesen fotografiarse con él en brazos. Todos sabemos lo que algunos que elogian el uso del niño por la acaudalada Bescansa habrían dicho si la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, hubiera hecho lo mismo cuando fue madre nada más llegar a La Moncloa. Pero claro, para casi todo hay dos varas de medir.

Lo que me llama la atención de este caso es cómo los medios de comunicación han tenido que velar el rostro del niño ateniéndose a la legislación vigente. La llegada de esta tropa ha conseguido, por primera vez en la historia del parlamentarismo (democrático) español, que se dé un paso atrás en materia de luz y taquígrafos. Porque, hasta ahora, todo lo que ocurría en los escaños del hemiciclo se podía contar con imágenes. Ahora ya no. En nuestro Congreso de los Diputados hay personas que pueden sentarse y los españoles no pueden verles la cara. Cuestión no menor es el hecho de las dificultades técnicas que implica velar la cara del niño durante una retransmisión en directo de una sesión parlamentaria. Porque si tampoco se pudiera mostrar la cara del niño entonces, la realidad sería que su presencia allí impediría a los españoles ver una parte del salón de plenos del Congreso. Por supuesto, a nadie se le ocurriría aceptar ese tipo de veto, así que nos encontramos con la contradicción evidente de que todos pudimos ver la cara del hijo de la pudiente Bescansa en directo, pero en los informativos televisivos y periódicos del día siguiente el rostro de la criatura fue velado. Lo que nos lleva a la conclusión última del esperpento de la potentada Bescansa: llevó al niño para que todo el mundo la sacara a ella sin poder mostrar a la criatura. Había que velarle la cara, como si el bebé se estuviera fumando un puro. Y los medios de comunicación, sin excepción, le hicimos el juego. Verdaderamente, tendríamos que hacérnoslo mirar.

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