Mayte Alcaraz
La talla de Pedro Sánchez
El candidato socialista, preso de los nervios, está de rebajas
Pedro Sánchez ha ligado su solvencia política a su percentil. No debe de ser muy consciente del nivel tan pueril al que ha situado su candidatura, a ratos planteada para ser cantada en un jardín de infancia con César Luena de animador. Digo que no debe de ser consciente porque cuando ayer se reivindicó, para apuntalar su actuación del lunes, como el líder más alto en el debate a cuatro –le quedó decir que también era el más apuesto y limpio, mirando de soslayo la camisa transpirada de Pablo Iglesias– no mostró el menor signo de pudor.
Como los que le escucharon no son tontos, nadie duda de que su discurso, tibio para ser administrado en biberón, no va dirigido ni a Pablo Iglesias ni a Albert Rivera, sino a Soraya Sáenz de Santamaría. En su vocación por convertir al PSOE en una estupefaciente réplica de Podemos, se ha alistado en el argumentario machista de Iglesias contra la vicepresidenta, de la que el líder del partido morado cuchichea ataques tan originales como que encabeza una llamada «operación Menina» que es como llamarla dos cosas muy feas en una. Del político populista, acostumbrado a pasear por los platós a su exnovia (¿qué fue de Tania Sánchez?) con la única tarjeta de visita de su relación sentimental, nada sorprende. Menos, en quien alardea de su afinidad con una alcaldesa –Manuela Carmena– cuyas aportaciones a la política madrileña se cuentan por dislates atentatorios contra la igualdad de géneros. Si a Iglesias no le parece mal que una regidora de Madrid proponga aparcamientos disuasorios para mujeres donde puedan entretenerse haciendo «shopping» ni que defienda que las madres se realicen fregando los colegios de sus hijos, ¿por qué se habría de morder su lengua machista?
Pero mucho más grave parece que el líder de la oposición, que representa a un partido que ha gobernado 22 años España, condense su superioridad política respecto a la número dos del Gobierno en su talla y el tamaño de sus tacones. Porque, para que no quedasen dudas sobre su objetivo, hace unas horas deslizó también la especie de que Sáenz de Santamaría se había quitado los tacones en las dos pausas publicitarias. Qué tiempos aquellos en los que al comisario Cañete le cayó la del pulpo por un comentario –desafortunado, sin duda– sobre su interlocutora, Elena Valenciano, tras el debate europeo de 2014. Entonces dijo que discutir «con una mujer era difícil porque te podían considerar machista».
La compañera de Sánchez, y número uno entonces al Parlamento de Estrasburgo, montó un dos de mayo, coreada por todo su partido, que ahora calla cuando su líder se regodea en el físico de una contrincante. Ni mu ha dicho nadie en el PSOE ni en la siempre tan activa militancia feminista.
Muy mal debe de verse Pedro Sánchez el día 21 de diciembre. Por si le sirve: su altura (política) solo la tenía que haber medido con la del presidente del Gobierno. Todo lo demás es no dar la talla.