Soraya vuelve a La Moncloa

Susana es al PSOE lo que Soraya al PP, ese centro en el que no se habla de casi nada y en el que tanto da Cuelgamuros como la Esperanza Macarena

Jesús Lillo

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Como los Killers no tocaban en ningún festival de Sevilla y alrededores, Susana Díaz tuvo que esperar su turno para ser recibida en La Moncloa, sin encuentros informales al pie del avión del que camino de un festival de rock –una «agenda de cultura por la noche», en palabras de Carmen Calvo– se bajan el presidente del Gobierno y su señora. La presidenta andaluza llegó en el AVE, infraestructura sobre la que Núñez Feijóo basó sus demandas regionales la pasada semana y que en el mismo escenario la califa andaluza, califesa en el próximo diccionario de la RAE, sustituyó ayer por el Metro de Sevilla, más chiquitito, igual que cambió el Valle de los Caídos por la basílica de la Macarena. «He venido a hablar de lo que me preocupa», asegura Susana, que tira para lo suyo sin descuidar «el interés general de España». «De eso no hemos hablao», dice para ponerse de canto y evitar los berenjenales radicales en los que anda metido Sánchez. En eso, y en lo de perder unas primarias, le da un aire a Soraya.

Susana es al PSOE lo que Soraya al PP, ese centro en el que no se habla de casi nada y en el que tanto da Cuelgamuros como la Esperanza Macarena. De la misma manera, Pablo Casado es a la calle de Génova lo que Pedro Sánchez a la de Ferraz, un tratamiento de choque contra los partidos que, como ronchas simétricas, se estaban comiendo por los lados al PP y al PSOE. El mismo instinto de supervivencia que manifestaron los militantes socialistas para echarse al monte y neutralizar a Podemos al votar a Sánchez lo han tenido –a contrario sensu , cada uno hacia la pupa que los devora– los compromisarios populares al elegir a quien más daño podía hacer a Ciudadanos. Hasta aquí bien. El problema surge de la necesidad histórica de la izquierda de recurrir al fantoche de la ultraderecha para legitimarse fuera de ese centro de ingravedad que, haciendo eses, representan Susana o Soraya. No hay más ultra, sin embargo, que Pedro Sánchez, y no por vocación, sino por estrategia. Desde esa extrema izquierda en la que se ha tenido que colocar, Sánchez desenfoca. El centro le queda muy lejos y el liberalismo le parece fascismo, porque hacerle una opa hostil a Ciudadanos no es lo mismo que hacérsela, amistosa, a Podemos. Lo sabe Sánchez y también Susana, pero no hablan de eso. Ayer charlaron de la basílica de la Macarena, lo que es una agenda de cultura, que diría Carmen Calvo y suscribiría la propia Soraya.

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