Ignacio Camacho
Servicios mínimos
Ni en el más dramático o desolado de los momentos puede permitirse este país la ausencia completa de los majaderos de guardia
Está tan descosida la política española que la unidad sólo puede construirse en ella a través del silencio. Y ya es de celebrar que tras el atentado de Barcelona nadie haya echado a nadie la culpa de los muertos. Por callar, han callado hasta los de Podemos , siempre tan locuaces y esta vez felizmente discretos, quizá porque no había modo de recriminar al Gobierno. Pero llegó la reunión del pacto antiyihadista y había que retratarse firmando o no el documento: para la pequeña historia de la infamia doméstica quedan las excusas de populistas y nacionalistas que ni aun en estas circunstancias lo suscribieron. La democracia tonta les otorga sin embargo el abstruso visado de «observadores» para que, sin comprometerse a nada, puedan seguir asistiendo.
Pero ni en el más dramático o desolado de los momentos puede permitirse este país la ausencia completa de los majaderos de guardia. Sin ellos España no sería España; es menester establecer servicios mínimos de estulticia incluso en las contingencias más dramáticas. Siempre hay gente dispuesta a cumplirlos saliendo a escena con generosidad espontánea. Y si no tienen papel asignado se buscan en las redes sociales sus cinco minutillos de debate y fama.
Obligados Puigdemont y Colau a una compostura oficial en razón de su visibilidad y liderazgo, los soberanistas han encontrado mentecatos de centinela en los escalafones secundarios. Así, ese consejero de Interior que distinguió con mucha precisión xenófoba entre víctimas catalanas y españolas, cubriendo con banderas rupturistas sus cuerpos atropellados. O el olvidado Carod-Rovira, que ha aprovechado la ocasión para salir de las catacumbas a resaltar la tarea de las instituciones autonómicas en funciones de Estado. Para Carod, como para Romeva, Tremosa y otros secesionistas de segundo rango, el rol de los Mossos en la persecución de los terroristas certifica que Cataluña ha aprobado con nota el examen de la independencia de facto. Es el mensaje que el nacionalismo, siempre atento a su propia agenda diferencialista, está haciendo correr en las horas de incertidumbre y angustia: están preparados. La famosa unidad queda para los otros; no ha salido de ninguna autoridad catalana una palabra de gratitud a la empatía solidaria de los españoles ni al dolor compartido por quienes se empeñan en considerarse sus conciudadanos. Hasta sus muertos son sólo suyos como si les correspondiese el derecho exclusivo de llorarlos.
En ese retén de estúpidos de imaginaria, reclutados entre lo mejorcito de cada casa, no podía faltar la alegre muchachada de las CUP , cuya contribución al buen rollito ha consistido en acusar al Rey de financiar indirectamente al terrorismo islámico. Su tremendismo radical, garantía perpetua de espectáculo, ha servido para comprobar que entre tanto despliegue de diligencia queda aún una institución de vacaciones: la Fiscalía General del Estado.
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