Testimonios del coronavirus
Carta de un enfermero: «Cuando salgamos, saldremos menos»
«La sensación de frustración ha sido generalizada dentro del gremio (..) Se tenían que tomar decisiones de una complejidad ética incalculable»
No saldremos más fuertes . Entiendo que esto impacte. Darle la vuelta al lema que el Ministerio de Sanidad lleva por bandera puede provocar que muchos etiqueten tu carácter como pesimista. El principal problema es la necesidad de certezas para emitir un juicio y, personalmente, tras varios meses de pandemia global, no tengo muchas. Escojo opinar en un momento alejado de la vorágine y el caos, que pueden nublar la visión de uno mismo. Así, al realizar un balance general, únicamente aparece un dato que no se puede rebatir: cuando salgamos, saldremos menos. Con esa sola premisa sobre la mesa, ¿por qué se dice que saldremos más fuertes?
Cada persona que se haya quedado en el camino ha hecho más débiles a las de su alrededor, puesto que, si de por sí la pérdida de un ser querido puede generar heridas prácticamente irreparables, las circunstancias han agudizado el sentimiento de desasosiego de las familias. La soledad y el abandono que han vivido sus seres más cercanos por esta pandemia han llevado consigo la creación de un muro que dificultaba el avance en las fases del duelo, poniendo más difícil si cabe llegar a la fase de aceptación. ¿La consecuencia? Heridas que no cicatrizan bien y, por ende, nos hacen más débiles.
Otra interpretación posible es que el eslogan se aplique a los profesionales sanitarios, colectivo al que pertenezco. ¿Hemos salidos reforzados tras la catástrofe? Sí y no. En el plano profesional se nos ha llevado al límite , con la dificultad que entraña visualizar dichos límites en una situación así. El bagaje puramente médico es, sin duda, muy positivo. Todo el personal que haya estado en primera línea ha podido sumar experiencias que han ayudado a mejorar el llamado "ojo clínico".
En este caso, el contratiempo ha sido el coste humano. Creo que no ando muy desencaminado si afirmo que la palabra "desamparo" es la que mejor define la primera fase de la enfermedad . La sensación de frustración ha sido generalizada dentro del gremio. A la incertidumbre inicial sobre los síntomas que acompañaban a la patología se sumaba la posterior acerca de las posibles complicaciones.
Por si fuera poco, los hechos se desarrollaban en unas circunstancias externas poco favorables. Se nos ha puesto entre la espada y pared, en un contexto donde se tenían que tomar decisiones de una complejidad ética incalculable . Frases como "no se ha podido hacer más" han resonado en nuestras cabezas día tras día, con la impotencia que lleva implícita un hecho así para la profesión a la que hemos elegido dedicarnos.
Personalmente, lo que más que gustaría destacar es la evolución que he ido experimentando con el paso de los días. Al principio la sensación fue de incredulidad: ¿cómo iba una "gripe" a poner en jaque a todo el sistema sanitario? Un par de semanas después, la huella que dejaba dentro del personal era bien distinta. La búsqueda de posibles estancias medicalizables se convertía casi una obsesión. Las urgencias de los hospitales triplicaban o cuadruplicaban su capacidad asistencial habitual. Intentas tomar aire, ser consciente de tu respiración unos segundos, te frotas los ojos, parpadeas y todo lo que ves sigue siendo real. El miedo te embarga a la vez que se convierte en tu principal enemigo , pero impides que te bloquee. En ese momento, el único objetivo es ser lo más útil y eficiente posible. El EPI, la mascarilla, los guantes y las gafas eran nuestro escudo (siempre que no se hubiese agotado las existencias).
Pasas el día con la mente alerta en todo momento, saltando de paciente en paciente y en muchas ocasiones, con la visión empañada . En otras ocasiones, con los ojos aguados. Tratas de salir de tu lugar de trabajo con la esperanza puesta en una mejoría de la situación y, al volver horas más tarde, te cercioras de que ha empeorado aún más. Así día tras día, cabizbajo de vuelta a casa y con un nudo en la garganta de camino al hospital.
Tema aparte son la inseguridad y la inquietud que nos han acompañado en esta guerra contra un rival invisible. No poder conciliar el sueño se ha convertido en un hecho bastante común. El miedo a lo desconocido anteriormente mencionado no era el único sentimiento predominante con el que lidiar. Es preciso señalar el pánico que teníamos todos en ese camino de vuelta hacia nuestros hogares. Cada uno de nosotros observaba como muchos de los compañeros con los que había estado trabajando codo con codo se contagiaban . Era inevitable pensar que te podía tocar a ti, o, peor aún, que podías contagiar a los tuyos.
No creo que la gestión cotidiana de esos temores me haya hecho más fuerte. Tampoco pienso que la mochila de emociones que la totalidad de nuestros profesionales ha tenido que soportar les haya hecho sentirse más fuertes. Al contrario, opino que nos ha convertido en seres más vulnerables ante una posible nueva oleada.
Se puede pensar que existe la posibilidad de que el lema abarque el plano social. ¿Somos más fuertes como colectivo? La parte idealista que todos tenemos tiende a pensar que sí. Los momentos más duros que hemos vivido como sociedad en mucho tiempo nos dejan numerosos ejemplos de cómo el ser humano saca lo mejor de sí para hacer frente a todo aquello que puede superarle. Una vez pasado el pico, ¿qué queda de eso?.
Hasta los aplausos de las 20, que nacieron como iniciativa espontánea para homenajear a los sanitarios, se han ido desvirtuando con el paso del tiempo en pro de una guerra política. Ya tenemos otra certeza. La reapertura de viejas diferencias. Pasada la parte "romántica" que nos unió a todos con un objetivo común, ¿qué nos queda como poso? Una nueva brecha más grande generada a partir de una antigua, más tóxica y alimentada por una clase política de enorme bajeza moral, sin distinción . Cuando más interesa una política que proteja a todos sus ciudadanos de una segunda ola por el bien del país, en este caso de desigualdades sociales, más lejos nos encontramos de ese fin.
Viviremos peor, aumentará el paro , se reducirá nuestro poder adquisitivo y tocará de nuevo apelar a "apretarse el cinturón". El proyecto de vida de muchos jóvenes y no tan jóvenes se desplomará como un castillo de naipes. No se aprovechará la situación para reformar el tejido industrial y empresarial nacional, ni tampoco para reformar un sistema sanitario que ya hacía agua al verse abnegado por una infradotación evidente sufrida legislatura tras legislatura. Está por ver cuánto tiempo seremos condenados a ser deudores del Banco Central Europeo. Habida cuenta de todo esto, sigo sin ver por qué saldremos más fuertes.
Por el contrario, encuentro motivos para la esperanza . Es una utopía pretender salir más fuertes de un hecho que nos ha azotado cual huracán en un terreno lleno de construcciones de madera. Creer que la normalidad va a volver sin cambios a corto plazo, más de lo mismo. Quizá nos convirtamos en mejores personas, más empáticas, más solidarias. Quizá apreciemos mejor los pequeños detalles que durante un tiempo el distanciamiento social nos ha arrebatado. Puede que estrechemos nuestras relaciones personales, dando más peso si cabe al refuerzo de un entramado social que nos apoye a la hora de cerrar nuestras cicatrices. De cada uno depende convertir esas opciones en hechos.
Es posible que peque del "positivismo infundado" que he criticado al comienzo. No obstante, si algo me da motivos para confiar, es que juntos no sé si somos más fuertes, pero sí somos más difíciles de doblegar . Se necesita mucha unión para hacer frente al interés de las élites políticas, que nos muestran que la única opción para la viabilidad del proyecto de España pasa por que una "mitad" aplaste a la "otra". Esa unión vivida en el sentimiento del aplauso de las 20 en sus inicios es lo que da pie a la esperanza.
* Sergio Barba Ureña es enfermero en un hospital y vive en Móstoles, Madrid.
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