Señora, vaya a comisaría
Todos nos merecemos la presunción de inocencia, incluido Trump

Una teoría que no comparto sostiene que las personas de talento merecen cierta dispensa si se comportan como unos bordes. No es cierto que un rasgo de carácter común a los triunfadores sea el trato displicente a sus subordinados y colaboradores. Existen muchísimos personajes de ... valía y éxito que además son agradables, educados. Nada justifica patear por sistema la cortesía básica que posibilita la vida civilizada. Esa es una de las razones que vuelven desagradable a Donald Trump, con rabietas de adolescente enfurruñado, tics machistoides, despidos caprichosos de colaboradores (más de cuarenta ceses), insultos de gatillo rápido en Twitter... Políticamente, aunque es un brillantísimo demagogo populista, no conoce bien el universo tecnológico, donde se libra la liza del siglo XXI, y va dando palos de ciego analógicos que podría ser pan para hoy y hambre para mañana. En resumen, no soy muy partidario.
Pero guste o no, Trump tiene derecho a un extraordinario bien que ha entrado en vías de extinción: la presunción de inocencia. No se le puede culpar de un grave delito sexual por un cotilleo, que llega sin prueba alguna aparejada. Eso es lo que acaba de hacer la columnista estadounidense E. Jean Carroll, de 75 años, que en su nuevo libro de memorias asegura que cuando tenía 52, hace 23 años, fue violada en un probador de un gran almacén de lujo de Manhattan por el hoy presidente de Estados Unidos. Estimada señora, si es así, no escriba un libro: acuda inmediatamente a la comisaría más próxima y denuncie a ese animal.
E. Jean Carroll, nacida en Detroit, mantiene desde hace décadas una exitosa columna en «Elle», un agudo consultorio sentimental y sexual, donde -con razón- aconseja siempre a las mujeres que jamás permitan que su vida dependa de un hombre. En 1996 presentaba un «talk show» televisivo y era muy popular. Cuando entraba a los almacenes Bergdorf Goodman a comprar un regalo para una amiga cuenta que se topó con Trump, que salía. Él flirteó con ella («eh, ¡la chica de los consejos!») y acabó acompañándola de compras. Según el relato de Caroll en su nuevo libro, el magnate inmobilario la condujo a la sección de lencería y allí le tendió un body conminándola a ponérselo, a lo que ella accedió. Entonces Trump, de 50 años entonces, se introduce en el probador y viola a Carroll, de 52. Según la víctima, «todo el episodio no duró más de tres minutos». En su libro, a la venta en julio, Carroll desvela que ha sufrido seis ataques sexuales de hombres, incluida una violación similar a la de Trump, esta vez en un ascensor y a cargo de un alto ejecutivo de los medios. Sin duda estamos ante un caso auténticamente desgraciado, porque las posibilidades estadísticas de que una sola persona sufra tal cúmulo de barbaridades son bajísimas. También resulta una notable casualidad que no denunciase nada, que guardase silencio durante 23 años, y que justo ahora que Trump es presidente recuerde el delito en un libro.
Si lo que cuenta Carroll es cierto, Trump debería estar en la cárcel, y no en la Casa Blanca. Pero sin pruebas, sus palabras no deberían valer nada
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