Testimonios del coronavirus
Carta del hijo de un sanitario: «Hay que salir a la calle, pero no para pasear o hacer ejercicio, sino para ver lo que hacemos mal»
«Mi padre es uno de esos sanitarios que (el sábado 2 de mayo) ha visto cómo todo su trabajo y esfuerzo, todas sus esperanzas, energías, talento y amor por la profesión se han roto en mil pedazos»
Hay que salir a la calle. Hay que salir a la calle, pero no para dar un paseo o para hacer ejercicio, sino para ser verdaderamente consciente de lo que estamos haciendo mal . De lo que hacemos mal. Realmente mal.
Hemos tenido casi dos meses de confinamiento para tomar conciencia, para ver qué está pasando a nuestro alrededor y dejar de pensar en nosotros mismos y, empezar a pensar un poco, un poquito, en los demás. Solo un poco. No cuesta nada, de verdad.
Me explico. El sábado 2 de mayo fui testigo de una de las peores historias. Ese día se nos liberó, se nos levantó el "castigo" que teníamos impuesto desde el 14 de marzo. A los mayores, no a los peques. Y fue cuando pude ver con mis propios ojos lo egoístas que somos .
Sí, nosotros, los madrileños. Me bastó girar la esquina para darme de bruces con repartidores de Glovo sin mascarillas charloteando entre ellos a las puertas de los establecimientos; un corredor con mallas fosforitas escupiendo en el carril bici; gente apiñada en los pasos de cebra a un palmo de distancia (muchos de ellos sin mascarilla, todo hay que decirlo). Un momento, no eran solo los del paso de cebra los que no llevaban mascarilla , si no casi toda la mitad de la gente que andaba por la calle.
Y no había poca. Aquello era sábado por la tarde, casi veintitrés grados de temperatura y un solecito rico que, poco a poco, iba desapareciendo. Sigo. Gente haciéndose selfies y videos para dar testimonio de su salida a las calles. Sin mascarillas, repito. Gente esperando en las bocas del metro como si fueran al cine o vete tú a saber dónde. Corrillos en la plaza de Ópera comentando cómo ha sido la cuarentena, salvaguardando el metro de distancia, pero sin mascarillas. Madres admirando a las criaturas de otras madres, gente parada en los escaparates de las tiendas mirando...¿qué? Lo que tenían pensado comprarse, ¿cuándo? Por favor. Y todo esto en bucle, de una calle a otra, de una esquina a otra, de un edificio a otro.
Y sigue, y sigue, como una marea que te lleva a contracorriente y no puedes hacer nada más que pensar en que te estás asfixiando. ¿Qué hemos hecho para merecer esto? Un momento. Alto. ¿Y los enfermos? ¿Qué enfermos? Ah, sí, esos que llevan meses luchando por sus vidas en los hospitales. Ahí seguirán, en los hospitales, digo yo. ¿Y los fallecidos? ¿Qué fallecidos? Los que han muerto durante todo este tiempo…¡Ah, sí! Los fallecidos. ¿Cuántos van por ahora? Pues creo que unos veinticinco mil. ¿Tantos? Eso parece. ¡Que faena, macho! ¿Y los sanitarios? ¿Quiénes? Sí, hombre, aquellos a los que hemos estado aplaudiendo durante dos meses, todos los días a las ocho de la tarde. Aquellos que se han puesto trajes de "aliens" para curar a esos enfermos de los que ya nadie se acuerda. Aquellos que han estado trabajando durante más de cuarenta horas seguidas , aquellos que se han infectado de eso que llevamos hablando meses y meses. ¿Qué era? Ah, sí. Covid-19, coronavirus.
Mi padre es uno de esos, uno de esos sanitarios que hoy ha visto cómo todo su trabajo y todo su esfuerzo, todas sus esperanzas, todas sus energías, todo su talento y todo su amor por la profesión se han roto en mil pedazos. Sí, te explico, ¿sabes lo que pasa cuando sales a la calle? Que nadie se acuerda de ellos, porque cuando sales en lo único que piensas es en que vas a hacer, en quién te vas a encontrar, en quién te va a hacer olvidar ese mal trago, en quién te va a hacer olvidar todas esas muertes, en quién te va a hacer olvidar toda esta maldita desgracia.
Por eso, amigos y amigas, salid, salid a calle. Disfrutad de vuestra libertad recompensada después de tantos meses de esfuerzo y aguante. Porque solo vosotros sabéis lo poco cuesta olvidarse de los malos momentos . Porque somos así de egoístas, preferimos pensar que nada de esto ha pasado y esperar que nuestra vida vuelva a la normalidad. Perdón, a la "nueva normalidad". Por eso y, más que nunca, salid a la calle. Sin mascarillas, sin conciencia, sin recuerdos, sin sentimientos.
* Santiago Tamames Grech vive en Madrid.
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