Sánchez pierde y no gana nadie

Efe
Salvador Sostres

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Pablo Iglesias -hay que agradecérselo- empezó mostrándose como es: populista y totalitario. Empezó exigiendo que los debates fueran obligatorios y exaltando a las señoras de la limpieza. El debate es libre, Pablo. Se empieza obligando a celebrarlos, y se acaba prohibiendo cualquier cosa que no sea un monólogo. Es lo que han hecho siempres tus patrocinadores, los grandes sátrapas de nuestro tiempo.

Casado centró el debate -o él o Pedro Sánchez-; Abascal le puso picante, con su lenguaje directo y prebélico; Rivera siguió a lo suyo con su espejo, con sus gadgets, con sus golpes de efecto tan baratos. Isaac Blasco ha escrito que Rivera «es un golpe de efecto con patas». El cliente de Iván Redondo pedía el voto como quien pide dinero, con la retórica de quien te quiere convencer de que te lo devolverá cuando tú sabes perfectamente que no va a hacerlo, y esos inanes argumentos de suma cero que quieren convencer a todos pero que si los escuchas bien resuena vacía la hojalata. Quiso jugar a estadista perdonavidas pero se le vieron los hilos al títere cuando Casado le preguntó si Cataluña es una nación y fue incapaz de responder.

Cuando dejó de hacer el mono, Rivera fue capaz de explicar con nitidez que Torra no es Tarradellas, y que las apelaciones al diálogo son vacías y carecen de cualquier sentido sin lealtad institucional por las dos partes. Alguien tendría que decirles a los candidatos que mostrar cartelitos en los debates es ridículo.

Iglesias buscó la complicidad de Sánchez contra la «derecha ignorante y fascista», y Sánchez la rechazó como todo lo que le viene de Podemos (por el momento). Rivera buscó el cuerpo a cuerpo con Casado pero se le notó demasiado el afán y es poco probable que de una estrategia tan burda, y que se vio tan forzada, obtenga algún rédito electoral.

El debate no podía estar peor planteado, con los cinco minutos por bloque y candidato. Al final, los moderadores repartían los restos como los puntos sobreros en el puesto de tiro al globo en una feria. Abascal prometió ilegalizar todo lo que se moviera, y más grave que el error político de llegar a hacerlo fue que mintió a sus votantes, tratando de aprovecharse de ignorancia. Otro príncipe azul de la nueva política que nos sale rana.

En el debate quedó claro que la estrategia de Pedro Sánchez -que deliberadamente voló todos los puentes con Iglesias- será exigirle al PP la investidura gratis, o casi gratis, y presionar con todo lo que encuentre a Casado para evitar unas terceras elecciones. Casado no tendrá más remedio que aceptar y esperemos por el bien de España que sepa vender la piel suficientemente cara para salvarnos de las aberraciones del socialismo cuando gobierna desde que se fue Felipe González.

En el bloque económico, Rivera acusó a la corrupción del bipartidismo de ser el causante de la crisis económica, argumento que casi despierta a mi hija, de tan estúpido. Iglesias hizo que llamara a mi suegro, para que escondiera las joyas, y Sánchez reivindicó a Montoro, lo que fue verdaderamente extraordinario. Abascal propuso acabar con las autonomías y los inmigrantes, y Pablo Casado prometió tantas rebajas de impuestos que tenía que ir al baño pero me esperé hasta el final por ver si decía algo del gintónic (para celebrarlo).

Nadie ganó el aburridísimo, mediocre debate. Pero lo perdió Pedro Sánchez. Al presidente no le sientan bien los debates: no porque no sepa comunicar sino porque cuando rascas, bajo su tacticismo no hay nada. Preguntado por Casado, se negó a descartar que pactará con independentistas y etarras. Pablo Iglesias fue claro y esto siempre vamos a agradecérselo, porque lo que dice es tan grotesco que nunca ganará las elecciones. Rivera con sus cartelitos y sus ataques a Casado demostró por qué va a quedarse con 15 diputados: en su minuto de oro pareció un anuncio de pasta de dientes. A Abascal no se le puede negar que ganó por ko a Iglesias en un mini cara a cara vibrante, lo más emocionante del debate. Pero aunque de momento parece que le va bien con sus promesas populistas -y falsas-, se arriesga a que un día vayan a reclamárselas. También hay que decir que es una lacra para nuestra democracia que se hable de «extrema derecha» para referirse a Vox y no de «extrema izquierda» para referirse a Podemos -y más tras lo escuchado anoche.

Casado tuvo razón en casi todo lo que dijo, pero le falta algo para ganar los debates. Y las elecciones, claro, que es en lo que se basa el futuro de España.

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