Sánchez nunca quiso un plan B

Todo o nada. No había plan B contra la pandemia porque el Gobierno no quiso articular en las Cortes una alternativa razonable al estado de alarma, como de forma repetida le pidió el PP con la mano tendida para lograr un pacto de Estado. Los resultados, más que elocuentes, dispersos ya por buena parte de la geografía peninsular, saltan a la vista, hasta el punto de que el ministro de Sanidad tuvo ayer que reconocer que en Barcelona hay transmisión comunitaria del Covid-19. La pasividad de la Generalitat de Torra, más preocupado de excarcelar a la trama del «procés» que de seguir el rastro del virus y evitar su expansión, ha contribuido a que la incertidumbre y el caos campen a sus anchas en buena parte de esta comunidad autónoma. Sin embargo, tampoco pudo el Gobierno catalán aplicar, cuando se vio desbordado, unas medidas legales que no cuentan con el necesario soporte jurídico que el Parlamento debió habilitar para que cada región las administrase en función de los riesgos sanitarios. Del estado de alarma -en el que no faltaron gestos autoritarios que poco tenían que ver con la política sanitaria- el Gobierno pasó a una «nueva normalidad» que equivale al caos ejecutivo, muy similar al que se registró a comienzos de marzo, cuando cada comunidad autónoma hacía y deshacía ante la indiferencia y los cálculos del Ejecutivo de Sánchez. La historia se repite.

Había un plan B contra la pandemia, pero el Gobierno no quiso discutirlo, negociarlo y ofrecérselo a la sociedad como alternativa. Todo o nada. De la inacción al estado de alarma, y viceversa. Aquellos exámenes a los que los expertos de Salvador Illa sometían a las comunidades para blindarlas ante el Covid-19 muestran hoy su ineficacia, tanto como esa «nueva normalidad» que resulta tan vieja como la improvisación, bien envuelta en propaganda.