EDITORIAL ABC
Rubalcaba o el arte de la política
Fue un crisol de contradicciones, pero con su muerte se apaga una de las pocas voces que le quedaban al PSOE para reflexionar críticamente
Cuando Alfredo Pérez Rubalcaba dejó la dirección del PSOE, lo hizo en medio de elogios. Dijo entonces que en «España enterramos muy bien», un sarcasmo que desvelaba la capacidad de los españoles para hablar bien sólo cuando uno se va. El ácido sentido del humor de Rubalcaba, proporcional a su inteligencia, fue un activo que le permitió sobrevivir en primera línea durante décadas, aunque no le sirvió de mucho cuando dio el paso para ponerse al frente del PSOE. Dimitió tras el descalabro socialista en las elecciones europeas de 2014 y volvió a la docencia en la Complutense. Su fallecimiento ayer en Madrid, a causa de un ictus, reaviva la actualidad de su incisiva frase, porque ha sido generalizado el reconocimiento a las virtudes de Rubalcaba. Es evidente que fue mejor muñidor que ejecutor de estrategias para su partido, y algunas de ellas no pasarán a las mejores páginas de la historia de la democracia, como la infame campaña que marcó la jornada de reflexión tras el 11-M, el caso Faisán o el cordón anti-PP con Zapatero. Sin embargo, tuvo la fortuna de recibir la vitola de un PSOE consciente de su papel institucional y constitucional, incluso en abierta contradicción con algunos de sus actos.
Tuvo indudables méritos. Uno histórico fue su lealtad a la Corona, acreditada con su decisiva gestión en la abdicación de Don Juan Carlos y el acceso de Felipe VI a la Jefatura del Estado. Su intervención en el Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo en 2001, firmado por el PP y el PSOE, facilitó una convergencia entre ambas formaciones, un consenso con efectos constitucionales, y contribuyó decisivamente al aislamiento del PNV, políticamente alineado entonces con Batasuna y ETA, a la creación de una política de Estado frente al terrorismo y, en definitiva, a la ofensiva final contra ETA. Lamentablemente, la posterior negociación del Gobierno de Zapatero con los terroristas puso en duda la sinceridad socialista con aquel pacto.
Rubalcaba representaba la historia del PSOE, incluso con el beneficio de una cierta mitificación por parte de la opinión pública, quizá por la comparación con la actual dirección. Era la imagen nostálgica de parte de la sociedad por un PSOE asociado a la lealtad constitucional, el sentido de Estado y la voluntad de concordia. Alguna de sus últimas declaraciones abonaron esta idealización, como cuando llamó «gobierno Frankenstein» al que podía salir del acuerdo entre Sánchez e Iglesias en 2016. En su etapa de portavoz del PSOE en el Congreso, hasta 2006, Rubalcaba no se inmutó cuando ERC fue socio preferente de Zapatero, opción no mucho mejor que la de Podemos para Sánchez. Rubalcaba fue un crisol de contradicciones, pero con su fallecimiento se apaga una de las pocas voces que le quedaban al PSOE para reflexionar críticamente y advertirse a sí mismo de los peligrosos caminos por los que Sánchez ha metido al socialismo.