Testimonios del coroanvirus

Carta de una enferma de coronavirus: «Lo peor de todo es que te sientes apestada»

«Cuando entré en la consulta del doctor el protocolo por Covid-19 se activó y, con él, el auténtico calvario de pensar que ahora el bicho que estaba alojado en mi cuerpo podía además estar viviendo en casa de mis padres o ya en el cuerpo de alguno de ellos»

Una enferma en su casa.

Rosario Paguillo

Lo único peor de pensar que te puedes estar muriendo de coronavirus, es pensar que tus padres puedan estar muriéndose de coronavirus.

El 18 de marzo llamé a Salud Responde, le expliqué a la operadora que era asmática, que desde hacía unos tres o cuatro días me encontraba con mucha tos y sensación de ahogo, que había perdido el gusto y el olfato y que además llevaba toda la tarde con fiebre de 37.8 grados. "No te preocupes, dijo la doctora, si no has estado en contacto con posibles Covid y la fiebre no supera los 38.5 grados no hay riesgos, pero para prevenir debes quedarte en casa 14 días", y así lo hice, siguiendo las pautas escrupulosamente.

Tras hacer unos 20 días de esta primera cuarentena (pues decidí por mi propia cuenta ampliarla), los síntomas persistían, pero teniendo en cuenta la tranquilidad transmitida por la profesional en aquella llamada telefónica y debido a mi situación familiar, pues soy hija única de padres mayores y enfermos (83 y 74 años) que viven solos, ambos operados de corazón, bastante dependientes y delicados de salud, tuve que coger el coche y trasladarme a mi pueblo natal, a unos 20 kilómetros, para hacerles la compra y recados y ayudarlos en el hogar. Días después vino mi positivo en Covid-19.

Veinticuatro horas antes de la noticia había acudido al servicio de urgencias más cercano con un fuerte cuadro de disnea y tos . Me costó llegar, porque el hecho de llevar la mascarilla me dificultaba muchísimo respirar y me sentía muy débil. Para ese día, 13 de abril, los síntomas que venía padeciendo desde hace un mes y que habían minimizado habían empeorado y la dificultad para respirar era cada vez más intensa.

Aparte de esto me habían comenzado a salir heridas en las manos , seguía sin recuperar el gusto y el olfato y por supuesto el malestar general y el dolor continuaban. Yo solo iba a que me cambiaran el tratamiento de la alergia y del asma que no me estaba haciendo efecto, que era lo que me habían hecho creer desde el principio. Cuando entré en la consulta del doctor el protocolo por Covid-19 se activó y, con él, el auténtico calvario de pensar que ahora el bicho que estaba alojado en mi cuerpo podía además estar viviendo en casa de mis padres o ya en el cuerpo de alguno de ellos.

Esta historia podría contarse de dos formas, una de manera triste y de otra menos triste. Yo prefiero elegir la opción de endulzarla, como lo hacen en las películas o en las obras románticas de Gustavo Adolfo Bécquer. En el cuento de mi vida pasaron los días y mis padres no han presentado síntomas de coronavirus a pesar de sus patologías graves, simplemente mi padre ha entrado en un bucle depresivo que lo ha hundido profundamente. La depresión no es un efecto colateral de tener una hija contagiada de coronavirus, simplemente la consecuencia de pensar que tu única hija puede estar muriéndose de coronavirus sola en su casa , por lo tanto esto y el miedo ahora se han convertido en su estado natural. Nos queda el consuelo de que podría haber sido peor debido a la una mala gestión en mi primer diagnóstico.

Tras mi positivo en coronavirus el 14 de abril todo ha sido una odisea , el cuento de nunca acabar. Los síntomas han ido apareciendo y desapareciendo y empeorando o mejorando según el momento o el día, pero lo peor de todo es que he tenido que asistir en varias ocasiones a los servicios de urgencias por nuevas complicaciones o nuevos síntomas .

Camino por la calle con mi ropa, con mi pelo y con mi piel impregnada de coronavirus, sintiéndome una delincuente y ahogándome, porque no hay ambulancias que me trasladen , ni sanitarios disponibles que vengan a casa a ayudarte, y miro todo esto con los ojos rotos de llorar porque me siento una auténtica bomba nuclear a quien después de 60 días tienen secuestrada en su hogar de 25 metros cuadrados porque no hay un test que indique si ya soy negativo en Covid-19, pero en cambio sin él no puedo obtener mi libertad.

Lo peor de todo es que te sientes "apestada" también con los médicos que te atienden desde lejos, algunos desde la puerta, y te miran y enton ces diagnostican lo que sea, como me ocurrió el 18 de abril, cuando las piernas se me hincharon, se me llenaron de puntos rojos, las venas parecían reventar y el escozor y las punzadas eran insoportables. Ese día, en el hospital Infanta Luisa de Triana, tuve que soportar que me llamaran la atención por el tipo de mascarilla que llevaba , la "mejor" y más cara que había comprado en la farmacia de mi barrio.

No me ofrecieron una mascarilla "de las buenas" y me mandaron de vuelta a casa con el diagnóstico de una reacción alérgica. Horas después me puse en contacto con Salud Responde, desde donde me mandaron de urgencias al Virgen Macarena y allí me diagnosticaron algo así como una isquemia circulatoria provocada por el virus .

Uno de estos días me iban a repetir la PCR (así me lo confirmó la doctora que me dio la cita telefónica hace unos 15 días) para saber la evolución del virus después de todo este tiempo. Con esta prueba podría recibir la libertad de tu propio secuestro domiciliario , porque resulta que sin un negativo me prohíben salir, pero a la vez no me la hacen y si salgo a la calle incurro en un delito contra la salud pública. Pero lo peor es la exposición al riesgo al que están sometiendo estos médicos a las personas que se cruzan conmigo , pues vivo a unos 15 minutos a pie del hospital, adonde me han hecho para nada y darme un volante para solicitar una nueva cita.

En definitiva, mientras escribo mi cuento, en el que hay un lobo que quiere comerse a la gente pero nadie le da caza, y a unque mis miedos no hayan desaparecido y la historia siga teniendo páginas en blanco, el lobo y yo ya hemos hecho las paces.

* Rosario Paguillo Cañestro tiene 37 años y vive en Sevilla.

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