Testimonios del coronavirus
Carta de una profesora de secundaria: «Es lo más difícil que nos han exigido nunca»
«Alumnado expectante, familias desbordadas, situación social extraordinaria, profesorado con recursos limitados, cotidianeidad difícil para muchos, individualidades»
Hasta hace un mes yo era una docente convencida de la importancia de las relaciones humanas en el ámbito educativo . Defensora a ultranza del uso y desarrollo de habilidades tales como la empatía, la escucha activa y la identificación con el alumno como estrategias clave en la mejora del proceso de enseñanza y aprendizaje que los profesores emprendemos cada día, cada trimestre, cada curso escolar, en cada etapa, con cada grupo, junto a cada alumno y en cualquier situación en la escuela. Incluso fuera de ella.
Hoy, después de cuatro semanas trabajando desde casa, me reafirmo . La escuela es el pálpito de cada mañana, es el ritmo de cada día, de cada persona, es la respuesta impulsiva al trabajo o la negativa callada al mismo, es el compañero, son los tiempos. La escuela somos las personas. Es la posibilidad de exigir esfuerzo midiendo la grandeza del beneficio. La escuela es labor en equipo de maestro o profesor con alumno, con familias, con compañeros. Es persona contra persona. Es discurso junto a escucha o ausencia. Es desarrollo. Es ser conscientes del progreso o de las dificultades. Pero frente a frente.
Los educadores investigamos, innovamos y nos formamos seguros de que así conseguiremos generar conocimientos, transmitirlos provocando respuestas del escuchante y apropiárnoslos e incorporarlos a la cultura académica y escolar. Estamos continuamente diseñando otras formas de enseñar y de llegar a los alumnos en el aula. Sí, en el aula.
Pero se nos han descuadrado todos los esquemas. De un día a otro nos hemos encontrado que esta parte fundamental del proceso, la presencia, iba a congelarse por un tiempo.
El primer paso fue entenderlo nosotros y, casi de inmediato, transmitir la importancia del "yo me quedo en casa" a nuestros alumnos. Era muy fácil que cayeran en la sensación de tranquilidad y euforia que provocaba el saber que ya no tendrían que madrugar, ni examin arse ni atender al esfuerzo del cumplimiento mínimo de horarios. Era fácil que entendieran el asunto como una suerte de período de calma más que como una amenaza seria de la salud pública.
Trabajo en equipo, responsabilidad, desarrollo de la capacidad crítica, autonomía personal, planificación individual del trabajo,... todo aquello que se les suponía en proceso de aprendizaje se les impone como necesariamente aprendido. De un día para otro . De un viernes al lunes siguiente.
Diseño de tareas, temporalización, aplicación en el aula, evaluación, autorreflexión,... esto para nosotros , pasa a ser en la distancia. También de viernes a lunes. Rota queda la distancia corta. Vamos a innovar, ahora sí. Necesitamos formarnos, ahora sí. Investiguemos, a toda prisa, ahora sí.
Nos convertimos en diseñadores, implementadores y evaluadores de nuestro propio plan de acción . Cualquier innovación necesita de una fase de planificación y de diseminación para darse a conocer y de adopción antes de su implementación. En estas circunstancias especiales, no deseadas por absolutamente nadie, implementamos, ensayamos, adaptamos, integramos y nos evaluamos de un solo golpe.
¿Aceptamos errores? ¿Lo llamamos improvisación? ¿Lo entendemos como la prueba de una rama profesional madura, formada, implicada, vocacional y dispuesta a resolver? ¿Nos confirmamos como definitorios en gran parte del desarrollo de nuestra sociedad? ¿Nos lo creemos o empezamos a buscar argumentos para no hacer?
No contamos con recursos, la brecha digital es la imagen en el espejo de la sociedad, la exigencia del recurso rompe el principio de equidad. ¿Cómo lo resolvemos?
No podemos dejar de mirar a los ojos a nuestros alumnos. Inventamos, innovamos,... llamémosla mirada virtual, pero no podemos permitirnos perderla. La exigencia, la observación, el control, la charla, los discursos, el encuentro que antes teníamos en el aula y que considerábamos de derecho ahora tenemos que conseguir mantenerlo, como una obligación moral o profesional. No es fácil. Seguro que es lo más difícil que nos han exigido nunca .
Cuando un alumno no atiende en clase podemos provocar su atención. Pero, ¿cómo invadimos sus hogares sin ser ignorados? ¿Cómo conseguimos una respuesta si no hay consciencia de espera?
El proceso educativo suma profesor, alumno y familia realizando un trabajo de crecimiento complementario en beneficio del estudiante, de manera particular, y de todos, sin lugar a dudas, como consecuencia. Ahí está la clave de la educación, en la participación de las familias.
Pero no ahora, desde hace un mes o de lunes a viernes. Es la clave porque es el principio y el resultado. Porque la familia es el espejo donde se refleja el desarrollo de los alumnos y también donde rebota la luz de su crecimiento. Es el germen, donde se entiende cada matiz de nuestros alumnos y donde se desarrolla cada resultado, cada aprendizaje. La familia es definitoria en cualquier situación pero en esta que estamos viviendo se ha convertido en cuna, clave, refugio y respuesta. También de viernes a lunes.
Y también cabe el error, la improvisación, la evidencia de falta de recursos, la desgana, el desconcierto. Todo ello cabe y los profesores lo sabemos. Es fácil de entender. Alumnado expectante, familias desbordadas, situación social extraordinaria, profesorado con recursos limitados, cotidianeidad difícil para muchos, individualidades.
Este es el escenario. Ahora solo nos queda seguir innovando, seguir formándonos y aplicando, o experimentando. Pero siempre con un único objetivo: intentar no perder nunca la mirada de nuestros alumnos, la luz de sus necesidades , esa no la debemos perder nunca. Ánimo compañeros. Cada uno de nosotros seguro que sabe cómo hacerlo.
* Rosa de Valme Varela Díaz es profesora de Educación secundaria y vive en Sevilla.
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