Tribuna abierta

De Roma a Caracas: la falsa soberanía de los autoritarios

«Puigdemont, Maduro, Le Pen y tantos otros han aprendido a disfrazar #con una pueril y vana retórica sufragista sus instintos tiránicos»

Nicolás Maduro

Beatriz Becerra

Marine Le Pen ha denunciado recientemente un golpe de Estado en Italia. Se refiere a la decisión del presidente Sergio Matarella de vetar como ministro de Economía a un economista euroescéptico, lo que ha supuesto la renuncia del candidato a primer ministro Giuseppe Conte. Es una cantinela bien sabida, un clásico del populismo: la Unión Europea es antidemocrática y va por ahí amordazando la soberanía de los estados miembros. El argumento es sencillo: los italianos han votado y ahora viene un señor a decir que no a lo que han elegido.

Lo cierto es que ningún italiano votó ni a Conte ni a Savona. Muchos votaron a la Liga y al Movimiento Cinco Estrellas, dos partidos populistas muy del gusto de Le Pen y, por cierto, del presidente ruso Vladímir Putin. Matarella, por su parte, se limitó a cumplir con sus prerrogativas constitucionales. La ley democrática es fruto de la soberanía y de la voluntad popular expresada a través de los legítimos representantes de los ciudadanos. Sólo hay golpe de Estado en la imaginación de Le Pen y sus imitadores.

Esto es lo que en comunicación política se llama la lucha por el marco ganador. Décadas de escasa educación y pedagogía democrática han servido para sembrar la superstición de que lo único democrático es votar, sin que importe el marco legal, el cuerpo electoral, las garantías y las condiciones en que se hace. No hace falta irse muy lejos: el equivalente a la Liga en España, el secesionismo xenófobo catalán, lleva cinco años dando la matraca con los resultados conocidos.

Para los nacional-populistas, todo lo que viene de fuera es injerencia antidemocrática, y todo lo que sea poner una urna es democracia popular. Incluyo en el grupo, cómo no, al dictador de Venezuela Nicolás Maduro, que organizó el pasado día veinte de mayo una estafa electoral con urnas pero sin oposición, sin garantías, sin votantes y sin vergüenza. Y cuando desde la Unión Europea se desconoció el resultado y se anunció una nueva ronda de sanciones para los jerarcas del régimen, los portavoces del régimen chavista sacaron a pasear el fantasma de la injerencia.

Maduro, por supuesto, se ha saltado ya al completo la Constitución de su país (recordemos de paso que se trata de un texto promovido por su padre político, Hugo Chávez) para sustituir todas las instituciones públicas por otras puramente privadas. Eso sí que ha sido un autogolpe de Estado. Pero no queda ahí la cosa. La Organización de Estados Americanos acaba de hacer público un informe en el que acusa a Maduro de crímenes de lesa humanidad. El texto identifica 131 víctimas de asesinatos durante las protestas, 8.292 ejecuciones extrajudiciales, más de 12.000 venezolanos arbitrariamente detenidos y más de 1.300 presos políticos; todo ello dentro de «un patrón generalizado y sistemático de abuso dirigido a un segmento identificado de la población civil». Yo agradezco profundamente al panel de expertos que ha elaborado el informe su riguroso y exhaustivo trabajo. Y apoyo su recomendación de dar el paso siguiente: que los países firmantes del Estatuto de Roma lo trasladen a la Corte Penal Internacional. Los estados europeos, por coherencia, deberían liderar esta acción, con España a la cabeza. Maduro deberá responder ante la Justicia.

¿Es esto injerencia? Los tiranos de hoy y quienes aspiran a serlo quieren un mundo como el anterior a 1945, en el que los Estados podían hacer lo que les viniera en gana con sus ciudadanos sin que a sus responsables se les pudieran exigir cuentas. Aquello cambió con los juicios de Núremberg, con la Declaración de Derechos Humanos de Naciones Unidas, con el establecimiento de tribunales de ámbito global y con el desarrollo de los delitos de crímenes contra la humanidad y genocidio. Cuando se cometen, la intervención exterior es obligada y no puede hablarse de injerencia.

De modo que nos encontramos en una batalla por el sentido moderno de términos como soberanía e injerencia. Sé bien que los nuevos autoritarios no tienen ningún interés en la claridad, prefieren el terreno de juego bien embarrado. Pero los que defendemos la democracia liberal no podemos cansarnos de recordar que nuestras libertades y derechos dependen del respeto a las leyes, sean nacionales o internacionales. Ni el referéndum del 1 de octubre en Cataluña era democrático, ni la posición de la UE respecto a Venezuela es una injerencia, ni el veto de Matarella es un golpe de Estado. Puigdemont, Maduro, Le Pen y tantos otros han aprendido a disfrazar con una pueril y vana retórica sufragista sus instintos tiránicos. Europa tiene el reto de responder con claridad, pedagogía e inteligencia para evitar que el fuego populista siga prendiendo.

Beatriz Becerra es vicepresidenta# de la subcomisión de derechos humanos# del parlamento europeo

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