Luis Ventoso - Vidas ejemplares
Lo retro
Un alivio que Lucas ponga verde a la nueva «Star Wars»
El 1 de enero no da para grandes meditaciones. La amenaza fantasma de Pedro y Pablo. La tristeza lánguida de Mariano, que pena su victoria coja por la playa del Silgar. El parque de atracciones de la CUP y Artur… Todo eso, tan importante, da una pereza infinita en la primera mañana de 2016. La cabeza amanece embotada por los alardes báquicos de la víspera y solo admite un ibuprofeno y la terapia habitual de cada inicio de año: vegetar en el sofá ante el televisor, contemplando en estado catatónico los saltos de esquí o el concierto de Año Nuevo de Viena. Como otros 50 millones de seres humanos de todo el planeta, primero probé con el Musikverein vienés. Vadeé tres o cuatro valses de Strauss. Incluso me chupé el «Danubio Azul» entero, con tomas idílicas de un río más bien turbio, rodeado de un paisaje con un orden centroeuropeo tan de ensueño que casi asusta. Luego, en el mismo guiño lúdico de cada año, el director letón Mariss Janson animó a los plutócratas a batir palmas. Y ahí fue donde me pasé a los saltos de esquí, pues de repente todo aquel rito austríaco parecía la perfecta parábola de la decadencia de Europa, reserva todavía grata de vida buena, pero cada vez menos creativa y más revisionista. Un dulce declinar. Un parque temático de sí misma. La Francia que inventó a Diderot y a los hermanos Lumière hoy vibra con Marine Le Pen, vive de rentas y va en moto hacia abajo. La Inglaterra que alumbró a Locke, el ADN y los Beatles es hoy la de Farage y Corbyn, las ideas recicladas y Adele. España, que en 1978 dio un salto armonioso y espectacular, reniega de su éxito de manera atolondrada y más bien suicida...
Un californiano de 71 años vino a sacarme de esas melancolías. El venerable George Lucas ha puesto a parir la nueva entrega de «Star Wars», la película que ha pulverizado todos los récords con un taquillazo de mil millones. Bendito George, que me permite salir del armario y confesar lo que no me atrevía a decir por no quedar como un gili epatante: esa película entretiene, pero no pasa de ser un refrito malucho de la primera entrega de 1977. Los que hace 38 años éramos niños salíamos del cine flipados. Como bien dice Lucas, «todo era nuevo»: los efectos especiales, la espada láser, el enigma de La Fuerza, el tenebroso Darth Vader, el robot cabezón y su compañero turras… La película actual plagia aquello con corrección mercantil, pero sin una sola idea que añada brillo o emoción a lo sabido. Otra vez la taberna galáctica y el «Halcón Milenario». Harrison Ford refugiado en la autoparodia acartonada. El nuevo villano resulta un cabroncete de quinta al lado de la maldad luciferina y gutural de Darth Vader. Una horrible confesión (y pido la indulgencia de los fans): bostecé en los espadazos láser.
«Han hecho una película retro», reprocha Lucas. Él sabe que ganar el futuro exige inventiva, ambición, hambre de ideas... Retro. Como una Europa anestesiada por lo ya logrado. Como la charlatanería neomarxista y las purezas de sangre nacionalistas que atenazan a España. Como el propio rajoysmo, que gestionó bien una situación de emergencia e hizo un buen servicio, pero que tropieza con su evidente techo de cristal.