David Gistau
Real Bagdad
Hace muchos años, cuando aún trabajaba como guionista para mi amigo Pepe Navarro, conocí al actor Javivi. Fue un tiempo muy divertido. Algunos guionistas vivíamos, todos solos y con la casa desordenada, en los alrededores de la plaza de Santa Ana. Hacíamos vida comunal hasta el punto de bajarnos los sillones a la plaza, que entonces, antes de la reforma, era más vegetal y bonita que ahora, para hacer ahí tertulia doméstica casi hasta el amanecer.
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De Javivi, un tipo estupendo, he recordado muchas veces la respuesta que me dio cuando le pregunté, durante una conversación de fútbol, por qué era del Real Madrid teniendo todos los atributos culturales de los hinchas del Atleti: «Porque nací en París». Porque nació en París como hijo de emigrantes para los cuales, una vez al año durante cinco consecutivos, el Real Madrid de Di Stéfano concedía un motivo para acudir al taller inmunes al desprecio habitual de los franceses. Superiores a ellos. Vencedores. Relaño recordaba ayer que Bernabéu era consciente de esto y lo metía en sus arengas.
Hay sentidos de pertenencia a un equipo de fútbol que no podemos comprender los urbanitas
Esta forma de consuelo y de revancha -mi amigo Emilio de El Lucero le dijo a Garci que él era del Madrid porque para palmar ya tenía la vida- me parece más verosímil que aquella teoría de un vate del guardiolismo según la cual el tiqui-taca del Barcelona de Messi hacía olvidar su hambre a los niños del África con el costillar marcado y a punto de ser engullidos por un buitre. La verdad, no sé cuál es el extremo de gravedad en una situación personal donde el fútbol deja de operar como bálsamo, pero estoy casi convencido de que, en la inminencia de la deglución por parte de un buitre, no son Messi ni tiqui-taca las palabras que se vienen a la cabeza.
En cualquier caso, hay sentidos de pertenencia a un equipo de fútbol que no podemos comprender los urbanitas colindantes cuyo único problema es encontrar espacio para aparcar los días de partido. Tampoco lo pueden comprender los jeques que se encaprichan ni los Richard Gere invitados a subir al avión. Me refiero a un sentido de pertenencia como el de los peñistas iraquíes que, sabiendo que el ISIS los condenó a muerte y que ya había volado antes una peña, se congregaron para la final ante el televisor fingiendo que lo hacían en las mismas condiciones que unos peñistas de Burgos. Murieron por ello. Da otro sentido, ¿verdad?, a toda la retórica habitual de sentimientos acerca de la filiación a un equipo.
Al día siguiente, un centenar de cadetes de la academia militar iraquí posó con la camiseta del Real Madrid. ¿Por la Undécima o por aceptar el desafío del ISIS? Increíble, en todo caso, que un equipo de fútbol del barrio de Chamartín esté metido en todo eso. El fútbol no sirve sólo para que pedantes como mi también amigo Dragó puedan sentirse superiores a los demás y llamarlos simios. París, Bagdad y, de acuerdo, África, revelan que toca fibras espirituales que no podemos ni sospechar los urbanitas que nos vamos a cenar a la salida del estadio.