Un tío raro
Este Rey parece no conocer la maleabilidad de los credos y los valores
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Unos tam-tams y unos cuantos bailes alrededor de la hoguera faltaron en el anuncio de Podemos de que ahora se proponen derribar el Gobierno esta misma primavera, no con la fuerza de los escaños, que para este menester son escasos, sino con la furia de las movilizaciones en la calle. ¡Rodéalo todo! Ojalá pudiera haber un podemita, a modo de cobrador del frac, adosado en la calle a cada uno de los votantes que aún sostienen el 78 y postergan las cuchillas purgantes de la Transición verdadera. Ojalá fuera posible encontrarse uno incluso al descorrer la cortina de la ducha: la fiesta movible de Hemingway hecha escrache. Tendré que decidirme a instalar el asiento trasero de la moto para llevar de paquete en las excursiones al encargado de susurrarme conciencia podemita.
El anuncio de Podemos revela dos cosas. Ambas las sabíamos ya pero recobran vigencia por la decadencia personal de Iglesias. La vía institucional, probada cuando las expectativas permitían apropiarse por anticipado de vicepresidencias y ministerios distópicos, es insuficiente, sobre todo si el anhelo es revolucionario. El Parlamento en el que entró la Gente Fetén después de su ocupación por androides o marcianos podría volver a ser, por tanto, el Parlamento que No Nos Representa.
Por otra parte, y cuando en el Parlamento gripa el tren de la estación de Finlandia, el alma activista recuerda cuál es su ecosistema y cuán divertido es hacer política de un modo que no obliga al trato con ujieres ni a aprenderse reglamentos ni a decir cosas de señor mayor, tales como consenso o interpelación, con las cuales Rajoy es capaz de anestesiarlos con una retórica sinuosa, hueca y narcótica ante la cual hasta un «nerd» de intramuros como Rivera termina desquiciado. El activista se debe a su público y al ideal que tiene de sí mismo como hacedor de eras por las bravas. Esto se ha visto en la grosería autolesiva de la alcaldesa de Barcelona ante FB6 quien, igual que cuando lo chiflan en las finales, igual que cuando le tendieron una emboscada en la manifestación de Barcelona posterior al atentado de las Ramblas, sale dignificado del frotamiento con la horda y demuestra con su sola presencia que representa una España más siglo XXI que la tribal y reaccionaria que lo acosa.
La lealtad propia al personaje incendiario tiene, sin embargo, ciertos límites. La misma Colau que ante las cámaras interpreta el «Sujetadme que lo mato», en privado implora al Rey que intermedie y conceda, que no se ande con demostraciones de carácter como las del famoso discurso fundacional de su reinado. En esto, Colau no es distinta de cualquier otro español: está acostumbrada a lo que se dio en llamar el «borboneo», la práctica cabildera, el hablando se entiende la gente. Para bien o para mal, este Rey parece no conocer la maleabilidad de los credos y los valores y resulta haberse creído lo que defiende y cómo debe hacerlo. Qué tío más raro.