Rajoy, punto final

Mariano Rajoy se emocionó ayer ante su partido en una despedida cruel e injusta que su trayectoria no merecía. Pero pasar el testigo era ya una obligación moral

ABC

Con cuarenta años de vida política a sus espaldas, catorce de ellos como presidente del PP y casi siete como jefe del Ejecutivo, Mariano Rajoy puso ayer «punto final» a una densa y productiva carrera de servicio público. Tras triunfar Pedro Sánchez en una moción de censura por primera vez en democracia, a Rajoy no le quedaba otra salida. Era inevitable que anunciase su adiós para que un nuevo liderazgo en el PP intente rescatarlo de la profunda depresión en que se ha instalado. Rajoy ha ocupado todos los cargos habidos y por haber en la Administración, desde concejal a presidente del Gobierno. En su haber, es innegable reconocerle la valentía con la que afrontó la recuperación de una España en quiebra técnica tras el mandato del socialista Rodríguez Zapatero, evitando un rescate de la UE que parecía inminente. Supo negociar y frenarlo. Hoy deja una España creciendo al 3 por ciento, índices de desempleo similares a los previos a la crisis, y el diseño de un cortafuegos legal contra el desafío separatista catalán. Sin embargo, Rajoy ha incurrido en una notable falta de reflejos frente a los unánimes ataques de la oposición contra la corrupción institucional protagonizada por relevantes pesos pesados del partido. Durante su etapa, y durante la de José María Aznar . Por eso recordó ayer que ha pagado por culpas propias, pero también por culpas ajenas. Rajoy ha sido generoso al no encastillarse en el PP. Ha asumido como una evidencia beneficiosa para el PP que no podía ni siquiera pilotar su sucesión, y ha evitado con buen criterio cualquier imposición a dedo.

Objetivamente, el PP no queda obligado solo a una mera regeneración. Su crisis es profunda y merece, con toda la severidad de la palabra, una refundación con un liderazgo consagrado y mayor empatía que le permita retomar principios de la derecha clásica que habían quedado difuminados. La gestión económica de su Gobierno ha sido impecable y así lo reconoce, aunque sea con la boca pequeña, toda la oposición. Cosa distinta es la imprescindible autocrítica que debe hacer el PP sobre su progresivo alejamiento de la sociedad. Rajoy nunca renunció a su modo de entender y gestionar la política , y como criterio de coherencia es una virtud. Su sucesor, o sucesora, tiene trabajo por delante. Rajoy se emocionó ayer ante su partido en una despedida cruel e injusta que su trayectoria no merecía. Pero pasar el testigo era ya una obligación moral de quien siempre ha sido un leal servidor del Estado.

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