Ramón Pérez-Maura
Los que queríamos la guerra
¿Quién mentía? ¿Los que decían que los acuerdos de paz en Colombia eran inaceptables y se podían mejorar o los que decían que esos acuerdos traerían la guerra?
AGUARDO con expectativa desusada las explicaciones de quienes nos acusaban a los partidarios del «No» en el plebiscito del pasado 2 de octubre en Colombia de querer la guerra. Recordemos el memorable artículo de «Juanito Carlinga», colega del diario que cobraba de la fundación presidida por el hijo del presidente Santos por defender su acuerdo con las FARC. En él acusaba al futbolista del Real Madrid James Rodríguez de no tomar partido en aquel plebiscito en el que «si votan que «no», cuatro años de negociaciones se irán a la basura y de vuelta a los asesinatos y los secuestros, al terror y a los enfrentamientos militares». Similar posición tenía el presidente Santos y toda la campaña del «Sí» que advertía de la vuelta de la guerra si triunfaba el «No». Y afirmaban que se había negociado el mejor acuerdo posible y que esto no era modificable ni, mucho menos, mejorable. Y Santos tuvo los bemoles de acudir al Reino Unido en visita de Estado y proclamar el pasado 1 de noviembre ante el parlamento británico que el «No» había ganado el plebiscito con mentiras. Con un par.
Ahora Santos y su Gobierno nos dicen que han logrado un acuerdo mejor en La Habana tras unos días de negociaciones. O sea, que la victoria del «No» no sólo no trajo «los asesinatos y los secuestros, el terror y los enfrentamientos militares» sino que ha traído -supuestamente- un mejor acuerdo de paz en el que según el presidente Santos se han incluido casi todas las peticiones de los que postularon el «No». Entonces ¿quién mentía? ¿Los que decían que esos acuerdos eran inaceptables y se podían mejorar o los que decían que esos acuerdos traerían la guerra? El mero hecho de que el jefe negociador en La Habana, Humberto de la Calle Lombana, haya anunciado que éste es un acuerdo mejor debería obligar a Santos a renunciar al Nobel porque la paz que él consiguió era manifiestamente injusta según lo reconocen sus gentes ahora. Pero cuando uno logra lo que más ha deseado en su vida es muy difícil dar un paso atrás.
Dicho todo lo cual, al cierre de esta edición es dudoso cuál es el verdadero contenido del acuerdo final que Santos difundió ayer. Suena muy raro que a los interlocutores del «No» se les diga que no es negociable. Porque eso no es un acuerdo. Eso es un decreto. Pero podría haber un decreto cuyo contenido satifaga a todos. Lo que se presentó a bombo y platillo en Cartagena de Indias era «inmejorable», pero ha resultado manifiestamente mejorable incluso en palabras de los que negaban esa posibilidad.
Lo malo es que la palabra del presidente Juan Manuel Santos cada vez tiene menos valor porque se multiplican las razones de toda índole para cuestionarla. Y nada me haría más feliz que equivocarme esta vez.