Enfoque

«Mi primera cartilla»

El «escándalo Delgado»

Manuel Marín

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Los ministros de Podemos van a tener un problema derivado de la forzosa desubicación a la que les somete Sánchez, lo que les va a exigir opinar de todo lo que no es competencia de sus ministerios por la sencilla razón de que sus departamentos no tienen competencias. Y aunque nadie pregunte a Alberto Garzón por consumo, o a Irene Montero por igualdad, un micrófono es un micrófono, y figurar siempre apetece. Aquí y en Cuba. Garzón es un equilibrista de la contradicción. Donde Dolores Delgado era un cáncer para la democracia, hoy es una salvífica solución para la Fiscalía. Donde el modelo cubano de consumo era una excelencia imitable para España, ahora es un galimatías negacionista para blanquear los antecedentes: «Yo nunca he dicho que quiera convertir a España en Cuba». Las diferencias entre un Garzón y el otro son tres: el BOE, la corbata y el coche oficial.

Garzón no es un comunista recalcitrante. Más bien pertenece a esa neo-burguesía cool de una parte de la izquierda carente de complejos para vivir cómodamente en la incoherencia. No es ningún pequeño Stalin a las malagueñas maneras. Es un pragmático, un tipo hábil, y el único dirigente de IU que ha sobrevivido a la destrucción de esa coalición. Meritorio, ¿no? Sin embargo, lo que natura no da… no lo prestan el BOE, la corbata y el chófer. A un ministro debe exigírsele un mínimo conocimiento de la estructura del Estado, del origen de las instituciones y de su funcionamiento orgánico. Al menos, de las esenciales. La Fiscalía lo es, y por suerte para España de momento funciona de un modo muy distinto a la de Cuba, Rusia, China, Venezuela o Corea del Norte.

Señor ministro…, sí, la Fiscalía está legalmente integrada en el «poder judicial». Una cosa es desconocer algo, y otra engañar para que la realidad se asemeje a lo que uno pretende que sea. Y por eso los fiscales -de toda ideología- le ridiculizaron ayer invitándole a leer el Estatuto Fiscal antes de volver a improvisar con nuevas invenciones leguleyas. De la noche a la mañana, uno puede convertirse en ferviente agradador de Sánchez o en un hooligan de Dolores Delgado. Es legítimo. Sin embargo, queda raro que uno mismo se aplique un «pin parental» al sentido común, y por eso los fiscales le han leído su primera cartilla. Nada que ver con la de racionamiento, señor ministro, no vaya a tomárselo alguien al pie de la letra.

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