José María Carrascal

¿Presente o futuro?

El cambio de uan energía sucia a una limpia (solar, eólica) parece obligado

José María Carrascal

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Una imagen en TV, mostrando pardas montañas en la Antártida, ese continente hasta ahora impoluto, me alertó del calentamiento global más y mejor que cuanto había visto, oído y leído sobre el tema hasta la fecha. La explicación me llegó en las imágenes siguientes: inmensos bloques de hielo desgajándose para caer en una especie de ríos, camino del océano.

Otras imágenes me mostraron la recreación de lo que fue un día Marte sobre los datos que nos ha enviado desde allí la sonda Curiosity: un lugar no muy distinto a los de La Tierra, con canales y lagos, cuyos cauces secos hicieron creer a los antiguos que eran obra de seres inteligentes, cuando se deben a causas naturales, al perder su atmósfera debido posiblemente a los vientos solares. No estoy, como comprenderán, poniéndome apocalíptico, sino diciendo lo que todo el mundo dice y ha reunido a nuestros líderes en París para abordar un peligro bastante mayor que el del yihadismo aunque, por fortuna, no tan inminente. Nuestra civilización se basa en la energía que la hace funcionar. Una energía que procede mayoritariamente de combustibles fósiles, carbón, petróleo, gas, en nuestro subsuelo. Pero sus átomos de carbono no desaparecen al quemarse en motores y centrales eléctricas. Aparte de calentar el ambiente, sus restos quedan en la atmósfera, en la tierra, en los alimentos que comemos y en nuestro propio cuerpo. Tardando miles de años en desaparecer convertidos en minerales y rocas. Sus consecuencias son desórdenes climáticos cada vez más violentos y subidas del nivel de los océanos que pueden alcanzar hasta los tres metros de altura, con lo que desaparecería buena parte de la costa. Muchas pequeñas islas ya temen por su supervivencia.

El cambio de una energía sucia a una limpia (solar, eólica) parece obligado y en la Conferencia de París los dos países más contaminantes, Estados Unidos y China, se han comprometido a iniciar el cambio, como el resto, aunque los emergentes han levantado una objeción: los países industriales han hecho su desarrollo a base de combustibles fósiles y ahora exigen a los demás que lo hagan con energía limpia. Que es bastante más cara. Algo injusto. Un punto que no ha quedado resuelto, y que no va a ser fácil de resolver, pues afecta a todos los gobiernos, del norte y del sur, del este y del oeste, desarrollados y en desarrollo, que hacen sus cuentas con la vista puesta en las próximas elecciones.

Y no sólo ellos, sino el ciudadano de la calle, más preocupado en llegar a fin de mes que en el destino del planeta. El dilema se reduce a una pregunta: ¿Qué prefiere usted, pagar el doble por el recibo de la luz o que La Tierra se convierta en lo que es hoy Marte allá por el año 202.015? ¿Hay respuesta? Sí: trazar un plan más rápido, más eficaz, más justo para la conversión de la energía sucia en limpia. Ello requeriría mejor tecnología y más inversiones. Hay ambas cosas. Si somos capaces de destruir el planeta, debemos serlo también de salvarlo. Lo más importante de todo es que ese plan se cumpla. Y lo más difícil, visto lo ocurrido hasta ahora.

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