Ramón Pérez-Maura
Que se preparen las eléctricas
Soy un idiota que cree que cuando se firma un contrato hay que cumplirlo
Esta «semana hemos vivido intensamente la polémica de la indemnización a los clientes de los bancos por las llamadas « cláusulas suelo ». Confieso que una vez más me he visto deslumbrado por la forma casi unánime en que se aclama la acción de papá Estado. Cualquier día exigiremos que nos proporcione a cada ciudadano un cuidador que nos dé la sopa boba en la misma boca y nos arrulle antes de dormirnos. Y habrá quien encuentre argumentos para defender la necesidad de que con nuestros impuestos se nos pague tan conveniente adlátere.
Yo soy uno de tantos españoles que firmaron una hipoteca con una «cláusula suelo». Debo de tener una inteligencia verdaderamente privilegiada porque entendí a la primera el concepto que me explicó el notario: por debajo del 2,1 por ciento, el tipo de interés de mi hipoteca no se reduciría más, cualquiera que fuese el tipo general. Debo aclarar que el notario no era un amigo mío que me desmenuzó las condiciones de la hipoteca más allá de lo que hubiera deseado el director de mi sucursal bancaria. El notario era el que escogió mi banco. Es decir, imagino que debía explicar las condiciones de los préstamos a todos los clientes de la entidad con una claridad muy similar. A mí me pareció que el conjunto de las condiciones me convenía y firmé.
Años después, todo el mundo sabe que los tipos llevan tiempo muy por debajo de la cifra en la que yo pacté mi «cláusula suelo». Pero yo, que soy un idiota que cree que cuando se firma un contrato hay que cumplirlo, no he tenido la desvergüenza de volver al banco a decir que me reintegren el dinero que yo acordé pagar. Pero soy un afortunado. Para solventar mis problemas de timidez y apocamiento, para superar mi retrógrada mentalidad que cree en el valor de la palabra dada y la firma al pie de un contrato, el Gobierno se ha ocupado de negociar por mí que el banco me devuelva el dinero y yo me encuentre el dinero en mi cuenta corriente un buen día. Tenemos una clase política –no es un mérito exclusivo de este Gobierno, aunque es un alumno aventajado– que da sopas con honda a Romero Robledo. Esto ya no es ni como cuando los hombres de Romanones iban a la circunscripción y repartían sobres entre sus agentes locales para conseguir sufragios. Aquello era dinero «negro». Ahora es un dinero tan «blanco» que además de conseguir el favor de los electores se logra también que Hacienda ingrese un buen pellizco. Jamás hubo estrategia electoral/gubernamental más brillante.
Llegados a este punto, las «cláusulas suelo» me han dado otra idea con la que sacar el dinero a las grandes corporaciones y devolvérselo a los ciudadanos –¿será que los ciudadanos nunca son accionistas de los bancos, las eléctricas, las petroleras, las aseguradoras...?–. Yo siempre entendí los términos de la «cláusula suelo» y lo acepté. Pero juro que lo que nunca he entendido es la factura de la luz. Y a falta de una tengo dos de diferentes compañías por tener dos casas en distintas localidades. Una de las compañías, cuyo color corporativo es el verde pistacho, me divide los consumos en 18 fracciones diferentes. Las denominadas «energía activa», «energía reactiva» y «maxímetro», que a su vez se subdividen en seis tramos del P1 al P6. Bucee usted ahí. El contrato de la compañía de color corporativo azul añil es un poco más claro, pero conceptos como «peaje de acceso: 13,2kW x 44,44471 Eur/kW y año x (15/366) días» son para iniciados. Y nadie me ha preguntado si lo entiendo –como sí hizo el notario de la hipoteca–. Que se preparen las eléctricas. Ahora se van a enterar.