José María Carrascal
Postal poco navideña
LAS felicitaciones navideñas me permiten reconectar con tantos amigos que tengo en Cataluña, Barcelona especialmente. Suelo hacerlo por teléfono ya que el christmas tradicional me resulta oficinesco. Ello me trae una factura telefónica kilométrica ese mes, pues liándonos a recordar nos pasa lo que a aquel monje de Berceo que, oyendo a un pajarito, se le pasaron los siglos. Pero vale la pena: recordar es revivir el pasado. Esta vez hubo en tales conversaciones algo que quiero compartir con ustedes. Prácticamente, todos mis amigos catalanes, sin distinción de sexos, edades, profesiones, idearios y situación social, se mostraron estupefactos, horrorizados, asustados sobre la situación actual. Mucho más que los de Madrid y del resto de España. El atentado terrorista de Berlín les ha afectado como si hubiera ocurrido en Barcelona, nada de extraño dada la afición de esa ciudad a los mercadillos navideños. No saben cómo entenderlo, qué decir, qué hacer. Procuré, en la medida de mis posibilidades, explicarles las razones, si razones pueden llamarse al conflicto entre sunitas y chiítas iniciado tras la muerte de Mahoma, que enlaza con la guerra que el yihadismo ha declarado a Occidente. Lo conseguí sólo a medias y, desde ahí pasamos a la situación en España, que les tiene tanto o más preocupados. De entrada, no hubo el menor problema, ya que hubo casi unanimidad en todos ellos sobre la calamitosa situación en que se encuentra Cataluña, sin vérsele salida, con una clase política que, para usar las palabras de mis amigos, «sólo se ocupa de sus problemas y no de los de la gente de la calle, que son cada vez más agudos».
Hasta ahí, todo bien. Pero cuando, a partir de un momento determinado, todos ellos empezaron a decir cosas como «claro que las culpas están repartidas», «Madrid tuvo que ser más flexible», «el Gobierno no debió prohibir la consulta», nuestros caminos se separaron. De nada sirvió que les dijera que el Gobierno no tenía poderes para autorizar esa consulta, que para ello hay que cambiar la Constitución, que incluso Bruselas no apoya iniciativas de este tipo, que la democracia empieza obedeciendo las leyes y demás obviedades. Se atrincheraron en «Si nos dejaran decidir, ya verían cómo los que no queremos la separación somos muchos más que los que la quieren»” y siguieron en sus trece, incluso cuando les advertí que los referéndum los carga el diablo, como acaban de demostrar el de Renzi y el del Brexit.
Si esto lo dicen catalanes que estoy convencido se sienten también españoles, ¿qué pasará con lo que no se sienten o se sienten sólo a medias? Lo que significa que el lavado de cerebro tenido lugar en Cataluña durante las últimas décadas ha sido a fondo. Y de eso no tienen la culpa sólo los nacionalistas que allí han gobernado. Aunque ese es otro asunto ¿O es el mismo? En cualquier caso, las telefónicas postales navideñas catalanas me han dejado este año una preocupación que antes no tenía.