El poder y la gloria
Rajoy sentirá la tentación de vengarse, pero, si reflexiona, lo mejor que puede hacer es retirarse
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El pasado sábado vi una foto en la que aparecían Sánchez y Rajoy, posando ante las cámaras con el Rey en medio. El nuevo presidente, que acababa de jurar el cargo, tenía una expresión seria y meditativa, como si presintiese las dificultades que le aguardan con un Gobierno en minoría. Rajoy sonreía, llevaba el cuello de la camisa y la corbata mal puesta, como si sintiera liberado de sus seis años y medio en La Moncloa.
Me recordó a un antiguo anuncio en el que se ve a un hombre de smoking sin pajarita y con los botones desabrochados mientras cruza al amanecer un puente de París. Lo ha perdido todo en la ruleta, suena el adagio de un concierto para piano de Ravel y sonríe porque su perfume no le ha abandonado. A Rajoy también le queda este consuelo.
La tarde anterior a la votación de investidura, el todavía presidente había estado con algunos ministros en un restaurante cercano al Congreso. Todo indica que no se habló allí de política sino que se juntaron para consolarse de la desgracia que les venía encima. Me los imagino discutiendo sobre si la Roja puede ganar el Mundial.
Rajoy ha comentado a un amigo que ahora va a tener tiempo para ir a Roland Garros y ver a Rafa Nadal. Es un flaco alivio porque tardará bastantes meses en asimilar lo que le ha sucedido y que el poder no es para siempre.
Hay quien no renuncia jamás al mando como Napoleón cuando decidió volver de la isla de Elba, como cuando Cronwell entró a caballo en el Parlamento o como cuando De Gaulle abandonó su refugio en Colombey para hacerse con el timón de la República.
Perder el poder comporta un periodo de duelo que es muy difícil de asimilar. Seguramente Rajoy sentirá la tentación de vengarse de Sánchez, pero, si reflexiona, se dará cuenta de que lo mejor que puede hacer es retirarse. El tiempo pondrá las cosas en su sitio.
Rajoy lo debe estar pasando muy mal como el jugador que lo pierde todo en una jugada de póker. Y todavía debe estar repasando en su cabeza cómo es posible que no viera venir la traición del PNV. Por el contrario, Sánchez debe de tener la impresión de hallarse en una nube.
Se ha escrito mucho sobre lo sucedido, pero a mí lo que me llama la atención es la volatilidad de las situaciones: estamos instalados en la provisionalidad y todo puede cambiar en un momento por razones imprevisibles. Eso vale para la política y para la vida.
Nassim Taleb acuñó el concepto de «cisne negro», que es un acontecimiento que nadie es capaz de predecir. Por ejemplo, la caída del muro de Berlín o el atentado contra las Torres Gemelas. Son hechos que dan un nuevo giro a la Historia y trastocan la mentalidad de los individuos.
Ni podíamos imaginar la dimisión de Zidane ni que prosperase una moción de censura contra Rajoy. Pero las dos cosas han pasado y tampoco era concebible hace un año que el Gobierno aplicara el artículo 155 en Cataluña sin graves altercados en la calle. Nada está escrito de antemano y tampoco lo que Sánchez vaya a hacer.