La plaga vegana que nos asola

Todos conocemos a personas que no comen carne. A mí me parece perfectamente comprensible no comerla porque no te guste su sabor -o sabores, más bien-. Aunque mi madre me educó en el principio de que hay que comer de todo, yo respeto a quien no le gusta la carne. A mí tampoco me gusta el brócoli y procuro no tener que ingerirlo. Hay algunos que por razones de salud tampoco pueden comer carne. Me parece igualmente respetable. Pero hay una tercera categoría, la más hipócrita de todas: los que no comen carne para evitar todo sufrimiento a los animales. Estos son los que vemos en televisión asaltando mercados ganaderos o apedreando el escaparate de una carnicería. Y su posición es una gran impostura. Una mentira sin matices. Un granjero británico, Charlie Flindt, lo acaba de explicar con detalle en «The Field», la biblia de la vida campestre británica.

Cuando un agricultor ara el campo, remueve hasta 15 centímetros de tierra, lo que mata a casi todo lo que hay sobre ella. Y lo que sobrevive es presa de las águilas ratoneras y los milanos. El insecticida empleado para evitar gasterópodos como las babosas hace que éstas sufran una muerte lenta por deshidratación. El agricultor que produce trigo tiene que matar también ratas, conejos y liebres para proteger su cosecha, aparte de los que mueren bajo la cosechadora. A pesar de lo cual, los veganos dicen que sí pueden comer pan. Del que tampoco les importa los millones de insectos que tienen que morir para que podamos tener trigo del que hacer pan. Los matamos fumigando. Por cada bocadillo de jamón que nos comemos, la fumigación habrá matado a entre veinte y cuarenta insectos que dañan el trigo. Así que si lo que les preocupa es la crueldad hacia los animales, lo que un vegano debería hacer es comerse el jamón y dejar el pan. Son muchos más los seres vivos que «sufren» para que podamos comer ese pan que para que disfrutemos del jamón.

Uno se pregunta por qué nos asola esta plaga vegana que cada vez tiene mayor repercusión en los medios de comunicación. Especialmente si es correcto el dato de Kantar Worldpanel de que sólo son un 2 por ciento de la población. ¿Cómo es posible que conozcamos tantos veganos si sólo son un porcentaje tan bajo? Si uno lo piensa brevemente, la respuesta es fácil. Nunca tenemos que preguntar a alguien si es vegano porque casi todos se empeñan en decírtelo como forma de reprimenda moral. Para ellos hay una superioridad moral en el hecho de no comer más que productos vegetales. Que la evidencia indique lo contrario les es indiferente. Casi todos los sectarios parten de falsas premisas que les hace creerse mejores que los demás. Y el veganismo no es más que un sectarismo de nuestro tiempo. Que tiene graves consecuencias para la salud de quienes lo practican.

En fin, sigan ustedes comiendo brócoli y yo seguiré comiendo guijuelo.