La piel fina

Este Gobierno tan narcisista ha nacido con una sensibilidad demasiado estricta para el sufrido estándar de la política

Pedro Sánchez durante su intervención en la Asamblea General de Naciones Unidas EFE
Ignacio Camacho

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Este Gobierno, además de bonito, digno, progresista y feminista, ha nacido con una piel muy fina, bastante más delicada de lo que requiere el sufrido estándar de la política. No soporta que nadie cuestione el nivel ético, profesional o intelectual de su presidente ni de sus ministros (y ministras). Su pose de superioridad narcisista ha resultado hipersensible a las críticas, y en cuanto sus virtudes autoatribuidas han quedado en duda con denuncias irrefutables de fraudes y mentiras, esta gente tan pagada de sí misma ha empezado a quejarse de ser objeto de una supuesta cacería. De sus aliados nacionalistas se les ha contagiado bien pronto la tendencia a hacerse las víctimas, con el añadido de que en su borrachera de poder señalan a la prensa como culpable de sus penalidades sobrevenidas y la quieren someter con leyes de censura y presiones coercitivas. Como todo político en problemas, los sanchistas se justifican apelando a la teoría conspirativa, la célebre conjura de enemigos empeñados en acabar mediante siniestras intrigas con sus esfuerzos por establecer en España la decencia y la justicia. Esta excusa es más antigua que el hilo negro pero con la ayuda de las teles amigas confían en hacerla valer a base de repetición propagandística.

Porque es bien sabido que la izquierda no ha acosado nunca a nadie. Que no organizó campañas de linchamientos mediáticos para presentar a sus rivales como una vulgar banda de gánsteres. Que no correteó a ningún adversario en un escrache, ni azuzó a masas airadas en la calle, ni se sumó como acusación en procesos penales, ni instigó sumarísimos veredictos populares. Que no exigió dimisiones a partir de vagos indicios de responsabilidades. Que no cobró cabezas de presuntos culpables que salieron absueltos de los tribunales. Que no forzó renuncias a partir de la divulgación de grabaciones secretas o de vídeos infames. Que no exigió un patrón de ejemplaridad tan poco razonable que ni siquiera lo ha podido cumplir este nuevo Gabinete tan modélico y edificante.

Como nunca existió nada de eso, Sánchez y los suyos se sienten libres de remordimientos para acusar de sus problemas a la oposición, a las cloacas del Estado -que haberlas haylas, cierto- y a los medios, confabulados todos en un oscuro contubernio contra su programa de regeneración, limpieza y progreso. No necesitan venir llorados de casa porque jamás supusieron que la política exigía una epidermis dura para aguantar reproches sin un lamento. Y ni se les pasa por la cabeza, por supuesto, que un equipo tan excelso haya podido incurrir en hipocresía, doblez, embuste o fingimiento. Es la ventaja de hallarse en el lado correcto de la vida, en esa burbuja ideológica donde todo acto es desinteresado, todo gesto cabal, toda palabra sincera y todo pensamiento recto. Ante esas credenciales morales intachables se van a enterar los periodistas molestos.

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