Un pícaro y una legión de bobos
Es una pena que haya que esperar a las urnas para sancionar la estupidez de algunos políticos
El Supremo ha dictaminado sobre la picaresca de uno y las trapacerías de otros. Bien. Lo que no ha juzgado es a la Monarquía, por mucho que los voceros de la izquierda totalitaria se esforzaran en su mendaz hipérbole. El caso Nóos no era el juicio de los oprimidos a la dinastía reinante, a la forma de gobierno que nos dimos los españoles para superar los años negros de la dictadura. Qué va. Se acumularán los memes, tan infinitos como el ingenio del pueblo; se sucederán las frases grandilocuentes de los salvapatrias y se encumbrará a los jueces y fiscales que si algo hicieron, y no les quito ni un ápice de mérito, es tirar del hilo corrupto.
Habrá quien considere que las "mangurrinadas" de Iñaki Urdangarin merecían una sentencia menos benévola –el juez Castro dixit– y que la Infanta Cristina ha sido salvada de la pira por las oscuras fuerzas de la oligarquía, que maneja los hilos de este país e impide a los sans culottes tomar el poder.
Otros, entre los que me cuento, seguiremos lamentando que tengamos que esperar a las urnas para sancionar la bobería política. Porque el caso Nóos es el de un pillo no excesivamentre listo y unos políticos rematadamente tontos, enfermos de un servilismo trasnochado. Tal cual. El entonces duque y hoy reo llegó al arco mediterráneo –me adapto al lenguaje del nuevo tempo político– para venderles humo y ellos lo compraron. Contrataron al hombre de magro currículum pero creyeron servir al nombre de regio, por ósmosis, título. Les pudo más el couché, la tontuna de figurar, de aparentar, la promesa de intimar con el gotha español. El condenado Urdangarin no tuvo que esforzarse mucho. Su planta y su jeta se ve que opacaban las luces, pocas, de nuestros próceres. Eran tiempos de vino y rosas, de despilfarro. Valía todo, hasta cobrar un fajo de millones por unos pseudocongresos deportivos que, albricias, iban a poner a Mallorca en el mapa turístico internacional. Brindaba el faraón Matas con su séquito de pesebreros y pagaban la ronda los ciudadanos. Eso, más allá de la prístina literatura judicial, es lo que ha ocurrido. Pícaro uno, costosos bobos los otros.