Pecho
El pecho de Sabrina, conmoción nacional aquel año, no tenía coartada política
Hace poco, durante los rituales nostálgicos por el aniversario constitucional, cuando hasta un 600 con propaganda electoral del 77 fue aparcado en San Jerónimo, pudimos descubrir cuán lejano nos quedaba aquel pecho descubierto de Susana Estrada al recibir un premio del diario Pueblo de manos de Tierno Galván. «Tápese, señorita, que se va a resfriar» fue la frase, tan López Vázquez, con la que atravesó el trance el alcalde de Madrid, que en la fotografía aparece sonriente como si fuera consciente de lo que ese pecho iba a ayudar en el tránsito sociológico de aquella España inmediatamente posterior a Franco. Resulta sorprendente que, cuatro décadas después, haya surgido un club de reaccionarios muy atrabiliarios para los cuales aquellos años fueron los de un inmenso y malvado proyecto de ingeniería social que nos apartó de la moral verdadera, que ha de ser restaurada por un campeón cuyo advenimiento no tardará. La Transición pendiente de la extrema izquierda –su purga que aún fantasea con guillotinas y fuegos iconoclastas– sólo tiene comparación posible con la Contratransición pendiente de la extrema derecha. Entre los unos y los otros –los hunos y los hotros– querrían mantenernos aferrados a una costumbre española consagrada durante el siglo XIX de los espadones: detectar el material humano sobrante, el objeto de odio.
Si fuera posible determinar nuestras edades en función del impacto provocado por un pecho fugitivo, la insurgencia de cuando Podemos aún pensaba que las urnas están para romperlas quedaría relacionada para siempre con Jill Love y esa conexión con Raticulín que parecía estar estableciendo para traernos paz y amor en plena golpiza durante el asalto al congreso. Con todo, lo que me hizo sentir viejo esta mañana es la constatación de lo remoto que es ya, casi tanto como el de Susana Estrada, el pecho que se le escapó a Sabrina Salerno durante la Nochevieja de hace treinta años mientras la cantante pugnaba por volver a meterlo con tanto apuro que hasta olvidó fingir que no cantaba en «play-back». El pecho de Sabrina, conmoción nacional aquel año en un país que parecía haber superado los descubrimientos rijosos del destape, no tenía coartada política. No estaba haciendo la Transición. No estaba «trayendo las libertades». La chica salió muy embutida, pegó cuatro botes y se le salió una teta que no tenía conciencia alguna de luchar contra el franquismo o de emanciparse de la censura, circunstancia por la que se pretendieron necesarias políticamente hasta las películas de pajilleros de Fernando Esteso y las azafatas suecas. Sabrina, como su Némesis Samantha Fox, era sólo lo que se dio en llamar una chica de calendario en taller mecánico. Pero, sin intención de convertirlo en un manifiesto, su incidente con el pecho nos la hizo famosa, querida e inmortal en el recuerdo. Boys, boys, boys, I’m looking for a good time, boys, boys, boys, get ready for my love. Querida Sabrina, estoy ready desde 1987.