David Gistau - Lluvia ácida
Partisano
Pablo Iglesias se levantará por la mañana e irá al Parlamento, qué se le va a hacer
Las imágenes bélicas empleadas por Pablo Iglesias el pasado lunes constituyeron un lastimoso intento de cultivar una fotogenia guerrillera a lo Sierra Maestra para mitigar la tristeza del anuncio de una rendición institucional. Iglesias ya no quiere dar miedo. Ya no quiere traer asociadas las incertidumbres del personaje revolucionario. Más que nunca, la coleta es atrezo, un jirón de resistencia estética cuando a todo lo demás va a renunciarse en una profesionalización del político que se hará crónico como síntoma del sistema. Un poco como Cohn-Bendit cuando pasó de la barricada sesentayochista al escaño europeo, se extirpó el apodo de Dani el Rojo y hasta cogió kilos mientras se acomodaba en la indignación con horario de oficina del integrado.
Somos capaces de enternecernos con los sueños fallidos y las nostalgias de lo no vivido de un muchacho del siglo XXI que se define a sí mismo como partisano incluso en el momento de bajar del monte. Uno, en esas edades agitadas, también reprochó al destino no haberle permitido desembarcar en Omaha con la Big Red One o incendiar Persépolis con Alejandro. Pero en fin, nos levantamos por la mañana, desayunamos un mollete y vamos a la radio, ésa es nuestra vida, qué se le va a hacer. De igual forma, Pablo Iglesias se levantará por la mañana e irá al Parlamento, qué se le va a hacer. Y si persiste en creerse un partisano mientras cumple con esas rutinas de su cargo, en algún momento deberá plantearse pedir ayudar profesional para gestionar las frustraciones del destino errado, de haber nacido demasiado tarde y sin la Wehrmacht «ad portas». Es duro fantasear con Guderian y con las Waffen-SS marchando con el «Canto del Diablo» y que sólo llegue Rajoy con la versión merengue del himno del PP. Aunque más duro es perder contra eso viniendo de la mitología partisana.
Por más retórica belicista que emplee, lo que no podrá negar Pablo Iglesias es que está en un tránsito que puede robar a Podemos todo el encanto y las presunciones puristas defraudando al mismo tiempo a la militancia que se creyó lo de la revolución. El líder que nació para cambiar la casta anuncia que la casta ha vencido y lo ha cambiado a él hasta desfigurarlo como otro más, cualquiera, de los políticos profesionales. Esto no acarrea decepción si lo hace Rivera, quien, entre los nuevos, siempre fue el integrado. Pero en el caso de Iglesias es una desactivación del personaje después de que éste comprenda que el 26-J alcanzó sus límites el tipo que basculaba entre la guillotina y el amor jipi. El político mutante que todo ha intentado serlo al mismo tiempo hasta no recordar ya qué era en realidad ahora intenta otro experimento darwinista de adaptación al medio: regularizarse, institucionalizarse. Verdaderamente, el 26-J acabó con la subversión. Sólo quedan cautivos que aman sus cadenas y se dicen partisanos como si temieran dejar de ligar como cuando fueron ídolos del rock arrojando televisores por la ventana de la historia.