El partido infantil

Incapaces de gestionar la realidad, viven para el gesto

El ministro del Interior, Juan Ignacio Zoido, saluda al diputado de Unidos Podemos Rafael Mayora EFE
Luis Ventoso

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En 2015, ante los atroces atentados islamistas de París , Rajoy y Sánchez se pusieron de acuerdo para suscribir un pacto de Estado contra el terrorismo yihadista e invitaron al resto de los partidos. El objetivo era bien sencillo. Se trataba de mejorar la respuesta de España frente a la mayor amenaza para la seguridad pública occidental (como trágicamente probaría la matanza islamista de Cataluña). Tocaba aparcar las rencillas partidistas. Unirse para defender las vidas de los españoles. Pero el Partido Infantil no se sumó al pacto anti yihadista, porque no puede ser como los demás. Deben tocar la nota disonante . Han de mantener bien alzada la bandera iconoclasta. Así que se inventaron una bobería: escrutar el pacto como meros «observadores».

Un buen partido de izquierda, una entidad pensante al estilo del laborismo patriótico de Attlee , tendría mucho de qué ocuparse en España. El país crece con brío –¡tres años por encima del 3%!–, pero los salarios están estancados y muchas nuevas nóminas son tan pírricas que impiden armar una vida familiar . También parece claro que urgen reformas para intentar mantener el Estado del bienestar (las pensiones resultan una losa cada vez más gravosa y la sanidad pública no podrá sostenerse sin medidas de racionalización del gasto). Pero el Partido Infantil, inepto en la gestión de la realidad, no se ocupa de los problemas medulares ni de la política adulta. Lo suyo es la cosmética : «democracia participativa», en la que nadie participa; un vestuario de campo y playa que contraste con las corbatas ajenas; audaces campañas contra Franco, que lleva 42 años enterrado; o darle la murga a los católicos. Los retos auténticos los esquivan con ocurrencias gestuales. Ahí está la eminente Doña Manuela , que pretendió atajar un asunto serio, la contaminación, obligando a los coches a circular más despacio por la M-30. Los estudiosos han probado que tal medida resulta estéril. Da igual. En el Partido Infantil lo empírico y las matemáticas no existen.

El Partido Infantil nació al calor del lógico malestar por la crisis de 2008, que hundió muchos hogares. Pero no ha aportado una sola idea para apoyar a los mayores afectados de aquel drama, los padres de familia en el final de la cuarentena o en la cincuentena, quienes tras verse atropellados por un ERE no logran volver a trabajar. El Partido Infantil tiene otras prioridades, como hablar mal de su país y apoyar la sublevación contra España de los sediciosos catalanes. El Partido Infantil nunca habría crecido –hoy está ya de bajada– de no haber sido por la visión de alguna mente sagaz del PP, que concluyó que dividir a la izquierda les ayudaría a ganar los comicios y facilitó el nacimiento de dos televisiones dedicadas a engordar el fenómeno.

Financiado por los peores regímenes posibles, cargante y huérfano de propuestas, el Partido Infantil es solo populismo de mal colmillo, espuma tuitera, quincalla neocomunista. Una logia de rencor y derrotismo. Pero los años vuelan. Los gurús de la acampada de Sol empiezan a encanecer. La moda ya aburre. Y pasará. Como todas.

El partido infantil

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