«Papá, ¿quién es Franco?»
A los jóvenes del siglo XXI les preocupan más los tiranos de hoy que atacan sus libertades que los de los libros de Historia
Señalé la cruz del Valle de los Caídos desde la carretera. «Mirad, ahí está enterrado Franco». Ninguno de mis hijos me prestó atención. Estaban escuchando la última de Ed Sheeran, que casi siempre viaja con nosotros y se entromete en las conversaciones familiares. «Ahora el Gobierno lo va a exhumar», continué. Pero mi hijo mayor, que tiene once años, me cortó en seco: «Papa, ¿quién es Franco?». Yo nací en 1977, dos años después de la muerte del dictador. Podría haberle contestado contándole una historia que no viví, como cuando con esa misma edad yo le pregunté a mi padre quién era el general Pavía. Si miras hacia atrás, siempre encontrarás horrores desangrando alguna rama de tu árbol genealógico o golpistas corrompiendo la libertad. Pero en algún momento hay que seguir mirando al frente. Eso fue lo que hice. Continué conduciendo hacia el horizonte.
Quienes hemos nacido durante la democracia no tendríamos por qué tener cultura del rencor, pero algunos la utilizan como barbitúrico electoral de manera siniestra. En los 41 años que tengo nunca he sentido a Franco como un problema. Fue un dictador y, como tal, un miserable. Pero los acontecimientos históricos no se pueden cambiar a posteriori. El revanchismo es siempre asfixiante, cobarde, ignorante e incongruente. Y los revisores de la Historia suelen hacer exactamente lo mismo que denuncian: imponer su ley, que no es lo mismo que buscar justicia. Por eso al frente de los nuevos revolucionarios hay sólo alborotadores con la camiseta del Che. Populistas que deploran las instituciones democráticas y que, mientras exhuman a un tirano con la excusa de sanar heridas del pasado, nos navajean por la espalda con una ley que anula al Senado, es decir, la voluntad popular. Nuestra voz. Todo para el pueblo, pero sin el pueblo. Levantan la lápida del caudillo mientras profanan las reglas de la Transición. Esto es exactamente el sanchismo-podemismo: un fraude basado en los abusos procesales de la política. Un teatro con muchos más tramoyistas que dramaturgos. Un ensayo sobre el uso de la maquinaria del Estado para acabar con el propio Estado desde dentro. Por eso sólo buscan gestos, guiños. No soluciones profundas. Porque todo su pensamiento les cabe en la solapa. Y porque la farándula se ha apoderado de manera despótica del espacio de la intelectualidad y se ha escondido en el pasado para no hablar del futuro. Por eso Pedro Sánchez no es sólo un presidente sin votos, es también un presidente sin porvenir.
Este nuevo rico de La Moncloa ha llegado al poder como un cateto a un buffet libre. Se lo está echando todo al plato caóticamente, incluidos los huesos de Franco, porque no sabe que el menú del rencor no se paga con dinero, sino con diarrea. Sánchez no es consciente de que para los niños del siglo XXI el franquismo es sinónimo de antigüedad, de examen de Historia. Y que a los jóvenes de hoy les preocupa mucho menos un dictador muerto que los caciques vivos.