Editorial ABC

Un país dividido espera a Biden

EE.UU. necesita un plan de gobierno basado en la cohesión nacional y en la moderación política. Más aún con la pandemia de la Covid-19 causando estragos humanos y políticos

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Los ciudadanos de Estados Unidos han pasado de la inquietud por quién sería su presidente en los próximos cuatro años a la incertidumbre por el laberinto judicial que ha prometido Trump. Su inquietud es compartida por la comunidad internacional, especialmente por sus países aliados, ya sea en términos comerciales o militares. Pese a la gravedad de la incertidumbre, el mayor problema de EE.UU. es la división social que se ha confirmado en estas elecciones presidenciales. Más que nunca es oportuno recordar el discurso de Lincoln en el que advertía de que «una casa dividida contra sí misma no puede mantenerse». Sería excesivamente reduccionista limitar a las extravagancias de Trump el origen de polarización entre los ciudadanos de su país. Trump ha sido la consecuencia, pero no la causa, de una división ideológica y cultural entre estadounidenses que venía gestándose desde hacía años y que el segundo mandato de Obama dejó en bandeja al actual presidente republicano. Los análisis sociológicos vuelven a mostrar una inclinación mayoritaria de votantes blancos por Trump y no solo en la América profunda, sino también en territorios habitualmente identificados con otros estilos de vida.

Una vez que el Partido Demócrata ha ganado las presidenciales y llevará a Joe Biden a la Casa Blanca, sería muy beneficioso para el país que hiciera una reflexión sobre cómo encarar los próximos cuatro años. EE.UU. es una nación fracturada por formas diferentes, y hasta antagónicas, de definir su identidad nacional, su proyecto común. Los demócratas se habían extendido en el culto a las minorías y los grupos sociales, descuidando al ciudadano, a secas, y unos y otros han hecho bandera personal de su alineamiento político. Trump se subió a la ola del hartazgo de millones de trabajadores blancos a los que el Partido Demócrata fue ignorando. Pero ese sentimiento de abandono nunca ha justificado el discurso populista de Trump. Su visión maniquea de la vida política le ha garantizado en estas elecciones un apoyo electoral muy alto, pero a costa de cavar trincheras entre ciudadanos y de movilizar al electorado demócrata. Lo que podrían haber sido demandas legítimas, como exigir transparencia en el recuento de votos por correo, pierden cualquier razón al ir a lomos de una descalificación en bloque del sistema electoral de su país y de acusaciones de fraude.

EE.UU. necesita un plan de gobierno basado en la cohesión nacional y en la moderación política. Más aún con la pandemia del Covid-19 causando estragos humanos y políticos y que tiene mucho que ver con el enfrentamiento cívico en el país. Biden, como nuevo presidente, no debería ignorar que su oponente deja un legado populista que ha convencido a casi el 48% de la población y que se verá reafirmado si hace concesiones a la izquierda representada por Sanders y otros líderes del mismo sesgo radical. Es un aviso que le deja Trump para el caso de que Biden apueste por aumentar impuestos, o por perseverar en el culto a la diversidad identitaria frente a la ciudadanía constitucional, o por desplegar discursos buenistas al estilo de Obama. La política internacional que deja Trump tampoco admite muchos cambios porque cuenta con logros importantes. Las decisiones que pueda tomar Biden sobre Venezuela, Cuba e Irán, por ejemplo, serán determinantes de su mandato en el frente internacional. Sin duda, Europa espera un cambio en el tono de la relación y en la política de aranceles, además de un tono cordial, pero el mensaje de Trump de que Europa debe pagar por su seguridad seguirá vigente, como otros que sobrevivirán al polémico expresidente republicano.

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