Tribuna abierta

La cara o cruz tras la Covid-19

«De algún modo, las personas con síndrome de Down, al igual que la primavera, también venimos a aportar luz y color a un mundo que a veces es demasiado rígido y que hoy tanto lo necesita»

Pablo Pineda

El Día Internacional del síndrome de Down coincide, casi al tiempo, con la llegada de la primavera. Nunca antes me lo había planteado, pero es una bonita casualidad. La primavera pone fin al frío del invierno, que este año se ha presentado especialmente crudo, con la tercera ola de la pandemia y la inesperada Filomena. Una primavera que en 2021 llega, además, con la esperanza de la vacuna protegiendo a cada vez más ciudadanos.

De algún modo, las personas con síndrome de Down, al igual que la primavera, también venimos a aportar luz y color a un mundo que a veces es demasiado rígido y que hoy tanto lo necesita. Entendedme, no me gustan los estereotipos, pero estaréis conmigo en que a alegría no nos gana nadie. No voy a negar que, por supuesto, también tenemos momentos difíciles. Yo este año he tenido muchos. El confinamiento, el distanciamiento social o las restricciones no han sido fáciles para nadie y mucho menos para mí, que tanto disfruto del contacto con los demás.

Pero estas dificultades también han sido una oportunidad para sacar a relucir esos valores que las personas con discapacidad llevamos toda la vida entrenando: la capacidad de adaptación, la paciencia, la creatividad o la empatía. Porque efectivamente, las crisis pueden representar oportunidades para convertirnos en nuestra mejor versión. O dar la vuelta a planteamientos anticuados y darnos cuenta de que un certificado de discapacidad, en contra de lo que pudiera parecer, también genera CAPACIDAD. Capacidad para ver el mundo de una forma única, afrontar las circunstancias desde otro punto de vista o ponerse en el lugar de los demás en los momentos más difíciles.

Aun no sé si esta crisis nos va a hacer mejores, como se ha repetido de forma incansable. Pero estoy seguro de que, al menos, nos ha obligado a mirarnos menos al espejo y a pensar en plural. A darnos cuenta de que todos vamos en el mismo barco y que la vulnerabilidad es la esencia del ser humano: nadie es inmune a ella.

A partir de ahí, algunos podrán permanecer indiferentes y limitarse a que pase el chaparrón, pero otros crecerán y saldrán fortalecidos. Y con pocos que sean, yo lo celebraré. Porque el mundo necesita seres humanos más resilientes, empáticos y comprometidos para que la plena inclusión de las personas con discapacidad deje de ser una quimera. Para que seamos una sociedad más cohesionada, que celebre la diversidad en lugar de señalarla.

Ahora bien, todas las oportunidades traen consigo amenazas. Y al igual que las crisis pueden ser motor, también ahondan la brecha de desigualdad, haciendo que los que ya éramos vulnerables, lo seamos más. Creo que todavía estamos a tiempo de evitar esta triste premisa. Y la única respuesta es caminar todos juntos: empresas, administraciones, tejido asociativo, sociedad civil… alineados para “no dejar a nadie atrás”. En mi trabajo como embajador de la Fundación Adecco, he tenido la oportunidad de presenciar cómo muchas empresas están asumiendo que su legado dependerá del compromiso social que hoy demuestren, de su capacidad para acelerar la inclusión o valorar la diferencia como trampolín de innovación. La COVID-19 nos pone a prueba y está en nuestra mano decidir el futuro que queremos. Mi sueño es que los valores y el aprendizaje ganen por goleada a los prejuicios, a la inercia o a los miedos y que cuando lancemos la moneda al aire, se imponga la cara frente a una cruz que, entre todos, habremos esquivado.

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Pablo Pineda es embajador de Fundación Adecco

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