Vidas ejemplares
¿Qué fue de Osama?
Cada refugiado es una historia y la adaptación requiere esfuerzo
Si al recorrer un aeropuerto inmenso del extranjero ves a un grupillo de viajeros charlando animadamente y riéndose, al acercar la oreja lo más probable es que se trate de españoles o italianos. No falla. Gente apasionada, abierta y divertida. Tipos temperamentales, para lo bueno y lo malo, por eso España fue cantera de santos, guerreros y pícaros. Ese carácter expansivo y caritativo nos lleva también a destacar con generosos alardes de filantropía. En septiembre de 2015, la joven reportera magiar Petra Laszlo se cubrió de oprobio al zancadillear a un padre refugiado y su hijo en una cola de refugiados en la frontera de Hungría. El vídeo encorajinó, con razón, a todo el planeta. Pronto se conoció la historia del agredido: era Osama Abdul Mohsen, un entrenador de fútbol sirio de 51 años, que huía de las atrocidades de su país en compañía de dos de sus hijos, dos chicos de dieciocho y siete años.
¿Quiénes fueron los primeros que se brindaron a auxiliar a Osama y su familia? Huelga decirlo: los maravillosos españoles. El entrenador fue invitado a instalarse en Madrid. La Escuela Nacional de Entrenadores de Fútbol, con sede en Getafe, le ofreció un contrato de trabajo de un año y piso gratis para dos. La llegada de Osama a Barajas parecía un plató de televisión. El Real Madrid invitó al sufrido entrenador al palco del Bernabéu. Sus hijos recibieron en la cancha el afecto del mismísimo Ronaldo. Qué hermosa historia de solidaridad.
¿Qué pasó después? En octubre de 2016, la Escuela de Entrenadores decidió no renovar el contrato de Osama, «por su nulo interés en aprender español», una habilidad imprescindible para poder ejercer su trabajo. El sirio acabó volviéndose a Turquía, donde había dejado a su mujer y a sus hijas. La integración no funcionó, a pesar de la inmensa expectación mediática que suscitó el caso. Más tarde emergieron fotos del Facebook de Osama haciendo apología del frente al-Nusra, considerado filoterrorista.
España, como país próspero que es -gracias al esfuerzo de los españoles-, tiene el deber de acoger a refugiados de guerra. Pero cada una de esas personas trae una historia detrás y tiene una vida por delante, que debe continuar después del rescate y las fotos marketinianas, como las de los ministros de Sánchez en el puerto de Valencia. El pasado 17 de junio, tras la feliz llegada del «Aquarius», ABC publicó una portada con este titular: «España afronta una avalancha de inmigrantes por el efecto llamada». Aunque la información estaba basaba en comentarios confidenciales de personal de Interior, el periódico fue vituperado en las redes sociales por el podemismo y el Gobierno dio respingos de dignidad ofendida. Hoy, en efecto, España afronta una avalancha de inmigrantes, con los náufragos hacinados en polideportivos, los servicios de rescate desbordados y los refugiados mal identificados y atendidos. Ya somos el país que más inmigrantes recibe por mar. Una crisis humanitaria de primer orden. Pero no se preocupen, la ministra de Migraciones ya ha hallado al culpable: «Rajoy no reforzó los planes de acogida». Terribles Franco y Rajoy, que no paran de conspirar contra nuestro «Gobierno bonito».