Hughes
Omran, el niño de Alepo
Decir que «nos mira» sería otro horror periodístico; mira al fotógrafo, que le lanza fotos como a un medallista
![Omran, el niño de Alepo](https://s2.abcstatics.com/media/ciencia/2016/09/05/54484295-kEwH--620x349@abc.jpg)
La foto tiene efectos inmediatos. Al verla es difícil no experimentar unas ganas incontenibles de coger al niño en brazos, limpiarle el rostro y repeinarlo. Es verlo y uno ahueca los brazos como una nodriza.
La conmoción le da a su mirada una serenidad sobrenatural. Está y no está. Un pitido. La nada en el niño. En lo imperturbable, ¿no parece que hay un reproche? A ver quién aguanta la mirada al chiquillo... Decir que «nos mira» sería otro horror periodístico; mira al fotógrafo, que le lanza fotos como a un medallista . Y la foto es material sensible también para la propaganda de turno, aunque fuera pacifista. Me dicen que es una manipulación y me lo creo, pero el niño es cierto.
De una bomba un niño sale envejecido. Sabrá lo inmemorial. Cómo se sienta en la ambulancia, sin moverse y pasa su mano por la cara y trata de limpiar su sangre y mete después la mano en el bolsillo. Esta postura que le reclamamos siempre al niño ya nos va a parecer excesiva, injusta.
Omran no es Aylan, el niño muerto en la orilla, pero podría serlo. Parecen todos el mismo niño dulcísimo y dócil, víctima, niño sacrificado . Niño sucesivo, niño muñeco puesto en mil posturas, niño alucinatorio que se nos aparece cada poco como el protagonista de una película de miedo. Lo volveremos a ver, como en un cuadro psicótico.
Son fotos que excitan cierto narcisismo. No queremos mutilados de la 1GM, carnicerías. No somos gore, somos sensibles, humanísimos . Queremos en nosotros la ilusión de la acogida. Estas fotos generan una emoción honda y sin consecuencia. Algo nuevo. Una pena reflejo, una hondura fugaz. Como el martillito en la rodilla, pero en la pena. El único resultado real es la convicción de ser insignificante. Si acaso, el niño alumbra la complejidad. ¿Cómo se llega a eso? En Siria se libra un conflicto milenario entre chiíes y suníes, tan incomprensible que –no me lo nieguen– hay que apuntar a cada rato quién es quién. Sobre eso, como una capa de papel sobre la pared de un piso antiguo, el juego de potencias: EE.UU. y Rusia. De esto no saben ni los que lo estudian.
Al niño Omran, al que todos pasamos una y otra vez el pulgar humedecido –como lametón de vaca maternal– por la frente y las cejas, lo volveremos a ver.