EDITORIAL

La UE ya no depende de Londres

De consumarse, la salida del Reino Unido permitirá a la Unión liberarse de la obligada equidistancia que mantenía hacia Gibraltar para apoyar las demandas de España

Michel Barnier llega a la cumbre AFP

ABC

El resultado final del acuerdo sobre la retirada del Reino Unido de la Unión Europea es un claro ejemplo de mal menor. Puesto que los británicos así lo han decidido en un referéndum, este acuerdo representa la mejor fórmula posible, siempre que la alternativa sea la de un divorcio desordenado y sin bases legales. Aunque se nieguen a verlo por la ceguera nacionalista de una parte importante de su clase política, el Reino Unido no podrá obtener jamás ningún tipo de relación con la UE que sea mejor que ser miembro de pleno derecho. Partiendo de ese principio, los dirigentes británicos se encuentran en una enrevesado proceso del que todavía no son capaces de ver cuál será el resultado. Y eso tal vez explica que todo el esfuerzo que han depositado durante más de un año los negociadores europeos y británicos esté ahora pendiendo de un hilo porque nadie sabe si la primera ministra británica, Theresa May, será capaz de lograr que sea ratificado por el Parlamento. Y, lo que es peor aún, tampoco sabe nadie qué sucederá si los diputados rechazan una propuesta que la UE ha dicho que es innegociable.

Por lo menos, el acuerdo es bueno para España en lo que se refiere a Gibraltar. Pero no por las razones que esgrime el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ni por los supuestos buenos oficios que atribuye a su gestión. La mayor ventaja obtenida por España respecto a la vieja colonia británica es que el Reino Unido ha tomado la desastrosa decisión de separarse de la UE, una salida ya firmada que en adelante permitirá que el peso de los mecanismos institucionales de la Comisión no tenga que repartirse entre los intereses contrapuestos de dos socios, como hasta ahora. En adelante, solo España tendrá voz en un contencioso que la UE ha gestionado con calculada equidistancia. Eso es, en realidad, lo que cambia, por encima de lo que digan -y está bien que lo digan- los documentos interpretativos que sin gran valor legal se han pactado en el último momento.

El Gobierno, tras levantar el veto a cambio de unos «parches» jurídicos, ha continuado estrictamente el camino que ya venía trazado desde el Ejecutivo anterior, como el propio Sánchez ha tenido que reconocer, y como debe ser cuando se trata de asuntos de Estado de gran envergadura. Por eso sería también muy conveniente que el presidente abandonase su actitud grandilocuente, que no se compadece con la realidad de sus cesiones, y siguiese manteniendo la cooperación con los demás partidos, para preparar un futuro en el que siguen abiertos muchos interrogantes. Sería un error mayúsculo lanzarse en solitario a obtener réditos políticos, sobre todo si quiere abrir la negociación sobre la soberanía, que es en el fondo lo único importante para todos.

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