Niño herido
Triste y acosado, un día apareció aquella cámara
Dos judíos ortodoxos de ascendencia ucraniana. Arnold, hoy con cien años, participó en la Segunda Guerra Mundial en un bombardero B-25. Ingeniero electrónico, era un trabajador obsesivo, que a finales de los cincuenta inventó una computadora que ayudó a crear el programa Basic. Leah, bajita y menuda, de pelo corto y labios de carmín cargado, era lo opuesto: un espíritu libre, pianista y pintora , con aire de Puck risueño. Murió el año pasado, a los 97, y hasta el final siguió supervisando su restaurante de comida kosher en LA, el Vía Láctea. Arnold y Leah se casaron en 1945 en Cincinnati. Tuvieron cuatro hijos y vida itinerante: New Jersey, Arizona, California. No funcionó. Ella se enamoró de un amigo de su marido y lo plantó. El hijo primogénito tenía 19 años. Fue el colofón de pena que cerró una infancia solitaria . Judío en suburbios donde nadie más lo era, el chaval había sufrido acoso y no era popular en su instituto. Solo recibía cierta condescendencia cuando entretenía a sus compañeros con sus disparatadas fábulas. Tampoco le ayudaba su condición de disléxico. Leer un libro le costaba una eternidad. Pero a los 16 años su padre le regaló una cámara de súper 8, que lo rescató. Hoy, con 71 años, es el entretenedor de mayor éxito comercial de la historia y un agudísimo negociante. Mezcla extraña: idealista naif, sabio… y ejecutivo implacable si toca.
Spielberg asegura que su favorita entre sus películas es «E.T.». Él es el niño protagonista abatido por el divorcio de sus padres , cuya melancolía alivia un jovial marciano, trasunto de su excéntrica madre. Dios, familia, patria y entretenimiento. Buenas divisas. Ante todo quiere gustar, servir películas que hagan disfrutar a la gente, su manera de resarcirse de su infancia de chico arrinconado. En realidad siempre cuenta la misma historia, la única que importa: el bien contra el mal. Ganan los buenos, of course. «Nunca he hecho una película inmoral», se jacta. Pero sus detractores lo tachan de sentimental y de aligerar con su infantilismo las honduras de la condición humana. Boberías. Schindler y el soldado Ryan ya lo hicieron adulto (aunque sin renunciar al «happy end»). Tiene siete hijos, dos de ellos negros y adoptados, y es un optimista patológico, un «control freak» y un trabajador compulsivo, como su padre. Sus dos títulos predilectos son «Lawrence de Arabia» y «El Padrino». En gesto que lo honra, asume que no ha hecho «nada que se acerque» al drama de Coppola. Cuando lo acusan de rodar «películas de palomitas», él añade: «Sí, pero palomitas gourmet».
Spielberg fue boy scout y recuerda el juramento : se debe ser fiable, leal, colaborador, amistoso, cortés, amable, obediente, alegre, valiente, limpio y reverente. ¡Casi nada! El genio se ha examinado: «Soy fiable, leal, colaborador a veces, amistoso en ocasiones, siempre cortés, no siempre amable, ni obediente, ni alegre, no soy nada valiente y siempre limpio y reverente».
Esta insignificante nota solo pretende darle las gracias por los buenos ratos. Una suerte haber nacido en la era de Spielberg , que en su psicoanálisis scout omitió lo que más lo adorna: nunca ha acabado de matar al niño que fue.