China y el multilateralismo
Consciente del éxito histórico de su modelo híbrido de capitalismo de Estado, Pekín se muestra dispuesto a conformar el multilateralismo sobre nuevas bases objetivas y paradigmas que reflejen su visión del nuevo orden global
China ha sido el país que más se ha beneficiado del fenómeno de la globalización, en cuanto multiplicador de la libertad de inversiones e intercambios comerciales. Ha sido el ganador del multilateralismo que ha regido el orden liberal mundial desde el fin de la IIGM. Lo ha utilizado como trampolín para catapultarse al estatus de gran potencia que disputa la hegemonía mundial a los EE.UU., aprovechándose de una coyuntura internacional favorable caracterizada por el repliegue estratégico, el aislacionismo político y el proteccionismo económico de Washington de los últimos años.
Por ello algunos analistas califican a China de actor oportunista o ventajista del multilateralismo, beneficiándose de sus virtudes, tales como la estabilidad normativa, la previsibilidad de inversiones, la apertura de mercados o el libre comercio; mientras transgredía o ignoraba las reglas multilaterales que no se ajustaban a sus intereses, relativas a la propiedad intelectual, transferencia de tecnología o patentes industriales. Más allá de esta observancia selectiva de las normas internacionales, Pekín no ha contribuido en la medida de sus crecientes posibilidades e influencia a reforzar el sistema de gobernanza multilateral, asumiendo las responsabilidades que le corresponderían a una gran potencia.
Consciente del éxito histórico de su modelo híbrido de capitalismo de Estado, que combina centralismo político de partido único, limitación de libertades individuales y derechos humanos y eficaz economía de mercado, Pekín se muestra dispuesto a conformar el multilateralismo sobre nuevas bases objetivas (multipolaridad) y paradigmas (políticas de poder) que reflejen su visión del nuevo orden global, en el que se reserva para sí una posición de preeminencia. Para ello despliega un activismo en varios frentes: la Iniciativa de la Franja y la Ruta de desarrollo e interconexión de infraestructuras intercontinentales de trasporte terrestre y marítimo; el Banco Asiático de Desarrollo; la Organización de la Cooperación de Shanghái; la Asociación Regional Integral y Económica; o su Iniciativa Global sobre seguridad de datos digitales.
Europa, defensora de un multilateralismo abierto, inclusivo, justo y eficaz, debería invitar a China a participar activa y responsablemente en la configuración del nuevo orden mundial multilateral, conforme a los principios y criterios recogidos en la Carta de Nacionales Unidas. En concreto, liderando la lucha internacional contra la pandemia del Covid-19; impulsando en la ONU la negociación de un Tratado internacional sobre gestión de pandemias; comprometiéndose con la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible; ejecutando las disposiciones del Acuerdo de París sobre Cambio Climático; ayudando a reflotar y actualizar la OMC; y reformando la OMS con garantías de neutralidad, transparencia y responsabilidad.
Un ámbito multilateral de particular interés para la UE y la OTAN sería la actualización de la arquitectura convencional reguladora del desarme y la no proliferación de armas de destrucción masiva (nucleares, biológicas y químicas). China no puede desentenderse de sus responsabilidades en este campo como potencia nuclear y creciente potencia militar global, en particular en lo relativo a las armas nucleares de alcance medio y las estratégicas. Contribuir a la paz y estabilidad globales es una responsabilidad indeclinable y exigible a una potencia como China.
Por su parte la UE debería acordar una estrategia global sobre China, desprovista de ingenuidades y construida sobre bases de reciprocidad y compromisos mutuos. Lamentablemente en el seno de Europa coexisten posiciones diversas al respecto, que van desde aquellos que abogan por un alineamiento automático con EE.UU. en su rivalidad hegemónica con China, pasando por los que propugnan un circunstancialismo flexible y oportunista hasta los que prefieren no definirse. En todo caso, dado que las relaciones con China son objetivamente muy complejas, pues integran elementos de asociación, competitividad y rivalidad, la política europea hacia China deberá ser igualmente compleja, cimentada en nuestra autonomía estratégica y soberanía política como atributos de un actor responsable del nuevo multilateralismo.