¡Que sea mujer!
«Bueno… o no. Que sea la persona que más valga»
Parece acertado y estimulante que este 2018 haya arrancado con un clamor universal a favor de los derechos de las mujeres, aunque alguna vez se pase de lo sublime a lo ridículo. Es bonito también que esta segunda vuelta de tuerca llegue cuando conmemoramos los cien años del triunfo de las sufragistas. Hoy nos parece kafkiano que a las mujeres se les prohibiese votar . Solemos olvidar que hasta finales de los años setenta las españolas casadas no podían comprar un bien inmueble a su nombre, o que en la época de mis abuelas una universitaria constituía una originalidad. Todavía hoy las saudíes no pueden adquirir una vivienda, o sacarse el pasaporte. Un machismo del siglo XI campa por las satrapías petroleras, sin que se escuche un murmullo de queja de ese podemismo que brega sin denuedo contra Israel, único país libre e igualitario de la zona. Tampoco llegan lamentos de Xavi Hernández, futbolista que se lucra en Qatar –un vergel de feminismo y derechos humanos–, pero que siente escalofríos porque en España se ha parado un acto golpista.
En los países occidentales, las mujeres soportan todavía aberraciones . En la UE cobran un 16,3% menos por hora que los hombres (14,3% en España). Los comentarios soeces, o faltones, siguen resultando cotidianos, y a veces también los acosos. Su promoción a cargos topa con más trabas. Las cifras de asesinatos son una herida lacerante , aunque en contra de lo que suele pensarse en algunos países europeos que consideramos el summun son peores. En resumen: ¡Viva la revuelta de las mujeres!
Pero hasta la causa más justa deriva en lances grotescos cuando se aparca el sentido común. Por el bien de España deseo que el próximo vicepresidente del BCE sea nuestro ministro , aunque lo encuentre sobrevalorado y no comparta su gusto, nada liberal, por meter la cuchara gobernativa y revolver a su gusto en la vida interna de las empresas. Sin embargo resulta ridículo que Sánchez lo haya rechazado como candidato porque tocaba una mujer. Una exigencia singular viniendo de quien tiene como su segundo de facto a Ábalos y como portavoz de su ejecutiva a Puente. Sus sendas barbas siembran leves dudas sobre su feminidad. Exigir que la candidata a un cargo europeo sea mujer supone primar el sexo sobre la capacidad. En realidad es hacerlas de menos. Supone también discriminar los hombres, a los que Sánchez inhabilita por razón de sexo. Un mal no se arregla con otro mal. Asombra que no se atienda a la evidencia: hay mujeres fabulosas y otras que son un paquete, como sucede con los hombres . Thatcher fue una estadista de leyenda, la Dama de Hierro. Theresa May es una veleta desarbolada, la Dama de Hojalata. Elena Salgado, ministra de Economía de Zapatero, era un barco a la deriva. Beatrice Webb fue una economista pionera, que abrió la puerta a enormes mejoras sociales. Janet Yellen lo acaba de bordar en la Reserva Federal, donde el tan venerado Greenspan coló al mundo gato por liebre. Si primamos sexo en vez de valía podemos estar iniciando una correctísima carrera de acémilas. Sánchez debería respetar el desempeño de las mujeres y no minusvalorarlas con ortopedias de ingeniería social.