Isabel San Sebastián

Montoro alguacilado

En cualquier otro país la exclusiva de ABC habría provocado la dimisión o cese del ministro

Isabel San Sebastián

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Ningún ministro de la democracia ha gozado como él fustigando al contribuyente con sus amenazas desde el púlpito y sus inspecciones selectivas. Su martillo de herejes fiscales ha golpeado sin piedad a periodistas críticos, artistas icónicos, ídolos del deporte, políticos representativos del PP que dejó de ser y demás chivos expiatorios útiles para sembrar el terror ardiendo públicamente en una hoguera mediática sabiamente alimentada con filtraciones de expedientes supuestamente secretos. Ha cambiado las reglas de juego a mitad de partido, declarado ilícitos mecanismos tributarios considerados legítimos hasta su llegada al Ministerio de Hacienda, aplicado normas de dudosa interpretación con carácter retroactivo, consentido (cuando no alentado) la utilización espuria de información personal protegida por la ley tributaria y alardeado sin recato del poder prácticamente ilimitado que ejerce a la diestra de Soraya y de Rajoy. Pareciera que el mismísimo Francisco de Quevedo se hubiera inspirado en él para describir el quehacer de su célebre Alguacil Alguacilado: "¿Quién podrá negar que demonios y alguaciles no tenemos un mismo oficio, pues bien mirado nosotros procuramos condenar, y los alguaciles también; nosotros que haya vicios y pecados en el mundo, y los alguaciles lo desean y procuran con más ahínco, porque ellos lo han menester para su sustento y nosotros para nuestra compañía?".

Cristóbal Montoro no se ha limitado a guardar la viña, no. Ha desempeñado el papel de Gran Inquisidor fiscal con un fervor iluminado de asceta que invitaba a ver en él un paradigma de pureza cuando en realidad su armario también ocultaba vergüenzas. Y de las gordas. Tal como ha publicado ABC con la firma de Javier Chicote, en una exclusiva de gran calado que habría abierto todos los informativos de existir más valentía e independencia en los medios de comunicación españoles, en vísperas de su desembarco en el Gobierno el ministro encargado de rascarnos el bolsillo, ayudado por Rodrigo Rato (hoy procesado por graves delitos), organizaba cenas exclusivas para grandes empresas del Ibex en las que se desvelaban cuáles serían las líneas de actuación del nuevo equipo económico y se repartían tarjetas del despacho de abogados de igual nombre, fundado por él unos años antes y oportunamente traspasado a su hermano. Cenas a las que asistía su número dos en dicho bufete, con entrada de palco VIP y acceso directo a los grandes entre los grandes gestores de cuentas patrias. ¿Tráfico de influencias? Un observador avezado diría que sí. De libro. Tanto, que de haberse destapado el asunto en algún lugar provisto de una moralidad pública más exigente que la nuestra el protagonista de la noticia habría presentado ya su dimisión o habría sido cesado por el bien del partido y el país al que representa. Aquí, como es bien sabido, el verbo dimitir no se conjuga ni siquiera cuando el Tribunal Constitucional condena y el Congreso de los Diputados reprueba. Aquí sólo el pulgar marianil decide entre la vida y la muerte política.

Porque nuestro Montoro alguacilado, nuestro repartidor de anatemas y tarjetas de visita, ha estado mirando con lupa a los que declaraban en España mientras los evasores de verdad, los refugiados en Suiza, blanqueaban sus haberes con todas las bendiciones legales a razón del 3 por ciento en lugar del 45 infligido a los asalariados "ricos" tras las subidas por él decretadas. Ha permitido, según el TC, que se legitimara el fraude y se consintiera como una opción válida la conducta de quienes incumplieron su deber de tributar. Todo eso y algo más ha hecho el ministro de Hacienda y aún sigue ocupando el despacho… Spain es realmente different.

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