David Gistau

Monito y bailaora

Por favor, no me manden emoticonos, o emojis, o como leches se llamen

David Gistau

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Tengo entendido que en el ámbito taurino quedan puristas que todavía no han perdonado la imposición de un peto al caballo del picador. A mí me ocurre algo parecido con la comunicación entre seres humanos. Aún no he podido formular mi enfado con las redes sociales porque sigo escandalizado con la invención de la imprenta. Nunca debimos ponernos a intercambiar ideas a un ritmo más expansivo que el tiempo requerido por un monje para transcribir una vulgata ornamentada con capitulares policromáticas. Y ello, suponiendo que no lo interrumpa un desembarco vikingo. No tenemos tantas cosas interesantes que decirnos como para disponer de cauces electrónicos con más cadencia de disparo que una ametralladora Gatling .

Ya he dedicado artículos a enojarme con los grupos de «wasap» y con la prosa barroca de las felicitaciones navideñas que hacen bip en el móvil e impiden seguir respetando a personas de las que jamás sospechaste que fueran tan ñoñas. Ahora quiero lanzar una petición a todos aquellos que puedan necesitar comunicarse conmigo, ya sea por razones personales, profesionales, por dar la tabarra o por cuestiones de índole más oscura entre las cuales no descarto la motivación sexual, teniendo como tengo mi puntito. Por favor, no me manden emoticonos, o emojis, o como leches se llamen.

No he llegado todavía al extremo de una amiga que se declara incapaz de continuar una relación sentimental con cualquier varón que le envíe al móvil la imagen de un corazón, de unos labios que hacen muac, de un monito con la boca tapada. Pero entre adultos a los que se les supone un dominio básico del lenguaje no deberían hacerse cosas como resumir una predisposición a la jarana con la divulgación de una bailaora. O remachar la invitación a ver un partido de fútbol en casa con el añadido de varios balones sucesivos que parecen suplantar los puntos suspensivos con los que a veces dejamos abierto el desenlace de una oración. O con una manita que hace el gesto de OK. Tengo 46 años y cierto nivel de comprensión lectora. No se compadezcan de mí por una supuesta idiocia profunda que sin duda me atribuyen cuando, al enviarme un mensaje en el que me proponen cerrar una cita en un establecimiento con el propósito de compartir una conversación degustando al mismo tiempo alguna bebida con carga alcohólica -«Conversarnos una botella», como dice Alcántara-, me envían, para asegurarse de que lo comprendo, las imágenes de unas botellas de champán metidas en cubiteras.

En mi más tierna infancia, y no sin esfuerzo, algunos profesores dedicaron tiempo a enseñarme a descifrar ese misterio de las letras combinadas con una intención . Empecé con poco, la pe con la a, la eme con la o, pero, pasado el tiempo, me descubrí capaz de desentrañar el significado de frases más complejas. ¿Por qué entonces me tratan ustedes como a un ser disfuncional y me mandan dibujitos ridículos con los que ustedes mismos terminan pareciendo los disfuncionales? Que sea la última vez.

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