Tribuna Abierta

Entre la sabiduría y la incerteza

Lo importante al llegar a la vejez: mantener intacta la esperanza, el deseo de contribuir, de seguir observando el mundo con los ojos de la experiencia y la curiosidad de un niño por los misterios de ese espacio en el cosmos donde ha transcurrido la propia existencia

Miguel Ángel Escotet

La incerteza también se conoce como incertidumbre, pero no siempre la falta de certidumbre es falta de conocimiento o de seguridad. De hecho, en la filosofía orteguiana sobre el cambio, se deja entrever que deberíamos tener la sabiduría para enfrentarnos y dar respuesta a los procesos de incertidumbre, a la propia incerteza. En el fondo, una parte de los estados de incertidumbre son fundamentalmente psicológicos, intangibles dentro de la personas y no externas a ellas. El mundo de las emociones es también un mundo en el que se debaten estas formas de complejidad humana, como expresa Richelle Goodrich. «Sentirse desanimado no significa renunciar. Sentirse triste no significa que la alegría no exista. Sentirse solo no significa que estés solo... Sentir pena o vergüenza no significa que tengas la culpa. Lo que sientes no es necesariamente lo que es».

El ciclo de la vida implica un aprendizaje permanente con diferentes etapas que es necesario atravesar y en las que vamos adquiriendo madurez. En cada una, debemos afrontar y equilibrar fuerzas contrarias que requieren una síntesis. En la edad adulta el desafío es poder encontrar el equilibrio entre la propia integridad y el desaliento o lo que es lo mismo, entre la sabiduría y la incerteza, entre el valor de la experiencia en la predicción de los hechos y la incertidumbre que se ocasiona con las variables externas e intervinientes e impredecibles. Quien ha aprendido a cuidarse, a preservar su entorno y el de otros seres, sin duda aceptará sus triunfos y sus desilusiones, inherentes al hecho de vivir, con un gradual proceso de maduración y a lo largo de su ciclo de vida. Es lo que podríamos entender por sabiduría. En cuanto al desaliento, este se traduciría en un abatimiento ante la incertidumbre de lo que queda por vivir y los sentimientos de soledad, desolación y cuestionamiento de todo lo que se daba por cierto e inmutable.

La senectud supone una etapa de introspección, de balance entre el pasado, el presente y el futuro. Esta interioridad significa no solo revisar la historia de la propia vida, sino también plantearse de nuevo la conducta pasada, admitir los errores y valorar nuestra contribución al bienestar de los nuestros y los otros seres que han acompañado nuestras vidas. Sigmund Freud sostenía que en este trabajo emocional de aceptar aquello que se ha marchado y valorar aquello que se ha conservado recordamos, repetimos y elaboramos las experiencias que han dado sentido a nuestra vida personal. Eso es lo importante al llegar a la vejez: mantener intacta la esperanza, el deseo de contribuir, de seguir observando el mundo con los ojos de la experiencia y la curiosidad de un niño por los misterios de ese espacio en el cosmos donde ha transcurrido la propia existencia.

Nuestras emociones y nuestra capacidad para procesarlas son cuestiones decisivas a la hora de alcanzar un envejecimiento integralmente saludable y activo. No olvidemos que el envejecimiento es conocimiento, en palabras del autor del célebre ‘Diario íntimo’, Henri-Frédéric Amiel, «Saber envejecer constituye la obra maestra de la sabiduría y una de las partes más importantes del gran arte de vivir».

Miguel Ángel Escotet

es rector de la UIE y presidente de Afundación

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